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ANGEL PITOU

Angel Pitou tercer libro sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas

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XIII<br />

¡EL REY ES TAN BUENO, Y LA REINA TAN BUENA!<br />

Nuestros lectores nos permitirán ahora que les pongamos al corriente de los<br />

principales acontecimientos políticos ocurridos desde la época en que, en nuestra<br />

última publicación, abandonamos la corte de Francia.<br />

Los que conocen la historia pura y sencilla, pueden saltar este capítulo, pues el<br />

siguiente encaja en el que le precede, y el que damos aquí no es más que para los<br />

lectores exigentes que quieren darse cuenta de todo.<br />

Desde hacía un año o dos, cierta cosa inusitada y desconocida, algo que venía del<br />

pasado e iba hacia el porvenir, parecía zumbar en el aire.<br />

Era la Revolución.<br />

Voltaire se había incorporado un instante en su lecho de agonía, y, apoyado de<br />

codos, vio brillar, hasta en la noche en que iba a morir, aquella aurora fulgurante.<br />

Y era que la Revolución, así como Jesucristo, del que era el pensamiento, debía<br />

juzgar a los vivos y a los muertos.<br />

Cuando Ana de Austria llegó a la regencia —dice el cardenal de Retz—, no hubo<br />

más que una palabra en todas las bocas: ¡La reina es tan buena!<br />

Cierto día, el médico de madame de Pompadour, Quesnoy, que se alojaba en su<br />

casa, vio entrar a Luis XV; y un sentimiento, que no era el del respeto, le<br />

perturbó hasta el punto de hacerle temblar y palidecer.<br />

—¿Qué tenéis? —le preguntó madame de Hausset.<br />

—Tengo —contestó Quesnoy—, que cada vez que veo al rey me digo: «¡He ahí<br />

un hombre que puede ordenar que me corten la cabeza!»<br />

—¡Oh! No hay peligro —replicó madame de Hausset—. ¡El rey es tan bueno!<br />

Con estas dos frases, el rey es tan bueno y la reina es tan buena, se ha hecho la<br />

revolución francesa.<br />

Cuando Luis XV murió, Francia respiró: se había librado, al mismo tiempo que<br />

del rey, de las Pompadour, de las Dubarry y del Parque de los Ciervos.<br />

Los placeres de Luis XV costaban caros a la nación: costaban, por sí solos, más<br />

de tres millones anuales.<br />

Felizmente se tenía un rey joven, moral y filántropo, casi filósofo.<br />

Un rey que, como Emilio de Jean-Jacques, había aprendido un oficio, o, más<br />

bien, tres oficios.<br />

Era cerrajero, relojero y mecánico.<br />

Por eso, atemorizado ante el abismo sobre el cual se inclina, el rey comienza por<br />

denegar todos los favores que le piden. Los cortesanos se estremecen; pero,<br />

felizmente, una cosa los tranquiliza: que no es él quien niega, sino Turgot; que la<br />

reina no lo es tal vez aún, y que, de consiguiente, no pueden tener hoy la<br />

influencia que tendrá mañana.<br />

En fin, hacia 1777 adquiere la influencia tan esperada: la reina llega a ser madre;<br />

y el rey, que era ya tan buen soberano y buen esposo, podrá ser buen padre.<br />

¿Cómo rehusar ahora nada a la que ha dado un heredero a la corona?

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