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ANGEL PITOU

Angel Pitou tercer libro sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas

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LV<br />

LA MAÑANA<br />

Un hombre esperaba a la reina en el límite de las dos habitaciones.<br />

Aquel hombre era Charny, cubierto de sangre. —¡El rey! —exclamó María<br />

Antonieta al ver las ropas enrojecidas del joven—. ¡El rey, caballero! Me habéis<br />

prometido salvarle.<br />

—El rey está salvado, señora.<br />

Y clavando la mirada a través de las puertas, que la reina había dejado abiertas<br />

para llegar a la estancia de su esposo, donde se hallaban reunidos en aquel<br />

momento el Delfín, madame Royale y algunos guardias, disponíase a preguntar<br />

dónde estaba Andrea, cuando su mirada se encontró con la de la reina.<br />

Esto detuvo la palabra en sus labios.<br />

Pero la mirada de la reina penetraba profundamente en el corazón de Charny.<br />

No tuvo necesidad de hablar, pues María Antonieta adivinó su pensamiento.<br />

—Ya viene —dijo—, estad tranquilo.<br />

Y corrió hacia el Delfín, a quien cogió en sus brazos.<br />

En efecto: Andrea cerraba la última puerta y entraba a su vez en la cámara.<br />

Andrea y Charny no cruzaron una sola palabra, la sonrisa del uno contestó a la<br />

del otro, y no hubo más.<br />

¡Cosa extraña! Aquellos dos corazones, tan largo tiempo separados, comenzaban<br />

a latir uno por otro.<br />

Entretanto, la reina miraba a su alrededor; y como si se alegrase de coger a<br />

Charny en falta, preguntó:<br />

—¿Y el rey? ¿Dónde está el rey?<br />

—Ahora os busca, señora —contestó tranquilamente Charny—. Ha ido a vuestra<br />

habitación por un corredor, mientras que vos veníais por el otro.<br />

En el mismo instante se oyeron ruidosos gritos en la habitación inmediata.<br />

Eran los asesinos, que vociferaban: «¡Muera la austriaca! ¡Muera la Mesalina!<br />

¡Abajo el Veto! ¡Es preciso ahorcar a la austriaca!»<br />

Al mismo tiempo oyéronse dos pistoletazos, y dos balas atravesaron la puerta a<br />

diferentes alturas.<br />

Uno de los proyectiles pasó rozando la cabeza del Delfín y fue a hundirse en el<br />

artesonado.<br />

—¡Oh Dios mío, Dios mío! —exclamó la reina cayendo de rodillas—. ¡Todos<br />

moriremos!<br />

A una señal de Charny, los cinco o seis guardias formaron con sus cuerpos como<br />

un muro delante de la reina y de sus hijos.<br />

En aquel momento, el rey apareció con los ojos llenos de lágrimas y el rostro<br />

pálido. Llamaba a la reina como ésta le llamó antes.<br />

Al verla, se lanzó en sus brazos.<br />

—¡Salvado, salvado! —exclamó María Antonieta.<br />

—Por él —repuso el rey, mostrando a Charny—, y vos también salvada, ¿no es<br />

verdad?

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