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ANGEL PITOU

Angel Pitou tercer libro sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas

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Aquel escrúpulo le duraba aún, cuando en medio de la multitud de guardias<br />

nacionales, que estrechaban las carrozas, oyó las siguientes frases, cuchicheadas<br />

por hombres que se inclinaban con curiosidad para mirarle:<br />

—¡Ah! ¡Ese es el príncipe de Beauvau!<br />

—¡Qué ha de ser! —exclamó un compañero—. Te engañas.<br />

—Te digo que sí, pues en la carroza se ven las armas del príncipe.<br />

—¡Las armas..., las armas!... Te digo que esto no significa nada.<br />

—¡Pardiez, las armas! Pues ¿qué prueba esto?<br />

—Prueba que, si las armas del señor de Beauvau están sobre el coche, su dueño<br />

debe ir en el interior.<br />

—¿Es un patriota el señor de Beauvau? —preguntó una mujer.<br />

—¡Ca! —exclamó el guardia nacional.<br />

Gilberto volvió a sonreír.<br />

—Pues yo te digo —repitió el primer interlocutor— que no es el príncipe quien<br />

va ahí. El príncipe es grueso, y ése es delgado. El príncipe viste el uniforme de<br />

comandante de los guardias, y ése lleva traje negro; debe ser el intendente.<br />

Un murmullo de reprobación acogió a la persona de Gilberto desfigurado por<br />

aquel título poco lisonjero.<br />

—¡Voto al diablo! —gritó una voz robusta, cuyo sonido estremeció a Gilberto.<br />

Era la voz de un hombre que con codos y puños se abría paso hacia el coche.<br />

—No —dijo—, no es el señor de Beauvau, ni tampoco su intendente: es el<br />

famoso patriota y hasta el más célebre de todos. ¡Eh, señor Gilberto! ¿Qué<br />

diablos hacéis en la carroza de un príncipe?<br />

—¡Toma! ¿Sois vos, padre Billot? —exclamó el doctor.<br />

—¡Pardiez! He tenido buen cuidado de no perder la ocasión —contestó el<br />

labrador.<br />

—¿Y Pitou? —preguntó Gilberto.<br />

—¡Oh! No está lejos. ¡Hola, Pitou! Llégate aquí. Veamos, pasa.<br />

Y, al oír aquella invitación, Pitou se deslizó a fuerza de codazos hasta donde<br />

estaba Biílot, y saludó con admiración a Gilberto.<br />

—Buenos días, señor doctor —dijo.<br />

—Buenos días, Pitou, amigo mío.<br />

—¡Gilberto, Gilberto! ¿Quién es ése? —preguntó la multitud.<br />

—¡Lo que es la gloria!,—pensaba el doctor—. Bien conocido en Villers-<br />

Cotterets, sí; pero en París, viva la popularidad.<br />

Se apeó de la carroza, que avanzó al paso, y, apoyándose en el brazo de Billot,<br />

continuó su marcha a pie en medio de la multitud.<br />

Entonces refirió en breves palabras a Billot su visita a Versalles, y las buenas<br />

disposiciones del rey y de la familia real; y en pocos minutos hizo tal propaganda<br />

de realismo en el grupo que, ingenuos y satisfechos, aquellos buenos hombres,<br />

dispuestos aún a las impresiones favorables, profirieron un prolongado grito de<br />

¡viva el rey! que, aumentado por las filas precedentes, llegó atronador hasta la<br />

carroza de Luis XVI.<br />

—Quiero ver al rey —dijo Billot, electrizado—, es preciso que le vea de cerca,<br />

ya que para esto emprendí el viaje. Quiero juzgarle por su fisonomía, pues por

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