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ANGEL PITOU

Angel Pitou tercer libro sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas

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LXIV<br />

DONDE SE VE EL PRINCIPIO MONÁRQUICO REPRESENTADO<br />

POR EL ABATE FORTIER, ANTE EL PRINCIPIO<br />

REVOLUCIONARIO REPRESENTADO POR <strong>PITOU</strong><br />

Aquella noche Pitou estuvo tan preocupado por el alto honor que se le había<br />

hecho, que olvidó visitar sus lazos. Al día siguiente, armado de su casco y de su<br />

sable, emprendió la marcha hacia Villers-Cotterets.<br />

Las seis de la mañana daban en el reloj de la ciudad cuando Pitou llegó a la plaza<br />

del Palacio y llamó discretamente a la puertecilla que daba al jardín del abate<br />

Fortier.<br />

Pitou había llamado con bastante fuerza para tranquilizar su conciencia, y con<br />

suficiente suavidad para que no se oyese nada en la casa.<br />

Esperaba ganar así un cuarto de hora, y entretanto adornar con algunas flores<br />

oratorias el discurso que había preparado para el abate Fortier.<br />

Su asombro fue grande al ver que la puerta se abría, a pesar de lo suavemente que<br />

había llamado; pero su admiración cesó muy pronto, pues el que acababa de abrir<br />

era Sebastián Gilberto.<br />

El muchacho se paseaba, estudiando su lección al sol, o más bien haciendo que<br />

estudiaba, porque el libro abierto pendía de su mano, y, la imaginación del niño<br />

volaba caprichosa en pos de todo lo que amaba en este mundo.<br />

Sebastián profirió un grito de alegría al ver a Pitou.<br />

Los dos se abrazaron, y después las primeras palabras del niño se redujeron a<br />

preguntar:<br />

—¿Has recibido noticias de París?<br />

—No, ¿y tú? —preguntó Ángel.<br />

—¡Ohí Yo sí: mi padre me ha escrito una carta deliciosa.<br />

—¡Ah! —exclamó Pitou.<br />

—Y en la cual hay una palabra para ti —añadió el niño,<br />

Y, sacando la carta de su pecho, la presentó a su compañero.<br />

«P. S. Billot recomienda a Pitou que no moleste ni distraiga a la gente de la<br />

granja.»<br />

—¡Oh! —suspiró Pitou—. He aquí, a fe mía, una recomendación bien inútil. Ya<br />

no tengo a nadie a quien molestar ni distraer en la granja.<br />

Y añadió en voz baja, suspirando con más fuerza:<br />

—Al señor Isidoro es a quien hubieran debido dirigir esas palabras.<br />

Pero muy pronto, reponiéndose y devolviéndole la carta a Sebastián, preguntó:<br />

—¿Dónde está el abate?<br />

El muchacho prestó atento oído, y, aunque le separaban de la escalera toda la<br />

anchura del patio y una parte del jardín, oyó los pasos del digno sacerdote, bajo<br />

los cuales crujía la escalera.<br />

—¡Ah! —exclamó Sebastián—. Ya baja.<br />

Pitou pasó del jardín al patio, y solamente entonces oyó los pesados pasos del<br />

abate.

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