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ANGEL PITOU

Angel Pitou tercer libro sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas

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De pronto, en el momento en que Billot llegaba a los dos tercios del trayecto, el<br />

tablón se ladeó: Billot extendió los brazos, cayó y desapareció en el agua del<br />

foso.<br />

Pitou lanzó un rugido y se precipitó tras él como un perro de Terranova detrás de<br />

su amo.<br />

Entonces se acercó otro hombre al tablón desde el que acababa de caer Billot, y,<br />

sin vacilar un punto, echó a andar por él. Aquel hombre era Estanislao Maillard,<br />

alguacil del Chátelet.<br />

Cuando llegó encima del sitio en que Billot y Pitou se agitaban en el cieno, miró<br />

un instante hacia abajo, y, conociendo que llegarían a la orilla sanos y salvos,<br />

continuó su camino.<br />

Medio minuto después llegó al otro lado del foso, y cogió el billete que le<br />

presentaban en la punta de la espada.<br />

Pero, en el momento en que todos formaban corro en derredor suyo para leerlo,<br />

cayó desde las almenas una lluvia de balas, y resonó una espantosa detonación.<br />

De todos los pechos salió un solo grito; pero uno de esos gritos que anuncian la<br />

venganza de un pueblo.<br />

—¡Confiad en los tiranos! —exclamó Gonchon.<br />

Y, sin ocuparse ya en la capitulación, ni en la pólvora, ni en sí mismo, ni en los<br />

prisioneros, sin pensar, sin desear ni pedir otra cosa más que venganza, el pueblo<br />

se precipita en los patios de la Bastilla, no a cientos, sino a millares de hombres.<br />

Lo que impedía a la muchedumbre entrar no eran ya las descargas de fusilería,<br />

sino las puertas, por demasiado estrechas.<br />

Al ruido de aquella detonación, los dos soldados que no se habían separado del<br />

señor de Launay se arrojaron sobre él, mientras otro se apoderó de la mecha y la<br />

pisoteó.<br />

El gobernador sacó el estoque de su bastón y quiso atravesarse con él; pero se lo<br />

rompieron.<br />

Entonces comprendió que no podía hacer otra cosa sino esperar, y esperó.<br />

Entró el pueblo, y los soldados le alargaron los brazos. La Bastilla fue tomada<br />

por asalto, a viva fuerza, sin capitulación.<br />

Hacía cien años que no era sólo la materia inerte lo que se encerraba en la<br />

fortaleza real, sino el pensamiento. El pensamiento fue lo que abrió brecha en la<br />

Bastilla, y el pueblo entró por ella.<br />

En cuanto a la descarga hecha en medio del silencio y de la suspensión de<br />

hostilidades; en cuanto a aquella agresión imprevista, impolítica, mortal, jamás se<br />

ha sabido quién la mandó ni quién la llevó a cabo.<br />

Hay momentos en que se pesa en la balanza del destino el porvenir de toda una<br />

nación, y uno de los platillos sube más que el otro. Todos creen haber llegado al<br />

fin apetecido. Pero, de pronto, una mano invisible deja caer en el otro platillo la<br />

hoja de un puñal o el cañón de una pistola, y entonces todo cambia y no se oye<br />

más que un grito: «¡Ay de los vencidos!»

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