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ANGEL PITOU

Angel Pitou tercer libro sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas

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—Es cosa fácil. Por precaución jamás he dejado mis cartas en el ministerio y<br />

todas las noches las traía aquí. Las de este mes están en el cajón B de esa<br />

papelera; busquemos en el legajo la letra G.<br />

Necker abrió el cajón, y se puso a examinar un enorme paquete que podría<br />

contener quinientas o seiscientas cartas.<br />

—No conservo más cartas sino aquellas cuyo contenido puede poner a cubierto<br />

mi responsabilidad —dijo el ex ministro—. Cada orden de prisión que firmo, me<br />

granjea un enemigo. Debo haberlo previsto, pues me extrañaría lo contrario.<br />

Vamos a ver: G... G... sí, aquí está, Gilberto. Pues la orden procede de la cámara<br />

de la reina, amigo mío.<br />

—¡De la cámara de la reina!<br />

—Sí: se pide una orden de prisión contra él llamado Gilberto, sin profesión<br />

conocida, ojos y cabellos negros. Siguen las demás: Regresando del Havre a<br />

París. Conque ¿ese Gilberto erais vos?<br />

—Sí, yo. ¿Podéis entregarme la carta?<br />

—No; pero puedo deciros quién la firma.<br />

—¿Quién?<br />

—La condesa de Charny.<br />

—¿La condesa de Charny? repitió Gilberto—. No la conozco ni le he hecho<br />

nada.<br />

Y levantó poco a poco la cabeza como para hacer memoria.<br />

—Hay, además, una breve apostilla sin firma; pero de letra que conozco. Mirad.<br />

Gilberto se inclinó y leyó en el margen de la carta: «Hágase, sin tardanza, lo que<br />

pide la condesa de Charny.»<br />

—Es extraño —dijo el doctor—, la reina... lo concibo, pues en mi Memoria se<br />

trataba de ella y de la Polignac; pero esa condesa de Charny...<br />

—¿No la conocéis?<br />

—Debe ser un testaferro. Por lo demás, no tiene nada de extraño el que yo no<br />

conozca las notabilidades de Versalles: hace quince años que estoy ausente de<br />

Francia; sólo he vuelto dos veces, y la segunda hace cuatro años. Y ¿quién es esa<br />

condesa de Charny?<br />

—La amiga, la confidente más íntima de la reina; la esposa adorada del conde de<br />

Charny; una belleza y una virtud; en una palabra, un prodigio.<br />

—Pues no conozco ese prodigio.<br />

—Entonces, debéis pensar, querido doctor, que sois juguete de alguna intriga<br />

política. ¿No habéis hablado del conde Cagliostro?<br />

—Sí.<br />

—¿Le conocisteis?<br />

—Fue amigo mío; más que amigo, mi maestro; más que maestro, mi salvador.<br />

—Pues bien: el Austria o la Santa Sede habrán pedido vuestro encarcelamiento.<br />

¿Habéis escrito algunos folletos?<br />

—Sí.<br />

—Pues para todas esas pequeñas venganzas se acude a la reina. Se ha tramado un<br />

complot contra vos; se os ha seguido. La reina ha encargado a la señora de<br />

Charny que firme la carta para alejar todas las sospechas, y ya tenéis el misterio<br />

aclarado.

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