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ANGEL PITOU

Angel Pitou tercer libro sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas

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—Subamos.<br />

Y subieron unos treinta escalones. El gobernador se detuvo.<br />

—Mirad: aquí tenéis una tronera que da al sitio por donde queréis entrar; no está<br />

defendida más que por un mosquete; pero que goza de cierta fama. Ya sabréis<br />

aquella cancioncita:<br />

¡Oh mi gaita querida,<br />

gaita de mis amores!...<br />

—Sí, la sé —dijo Billot—, pero no creo que es ahora ocasión de cantarla.<br />

—Es que habéis de saber que el mariscal de Sajonia llamaba a este cañoncito su<br />

gaita, porque sabía tocar a la perfección la música que más le agradaba. Es un<br />

detalle histórico.<br />

—¡Oh! —exclamó Billot.<br />

—Vamos adelante.<br />

Y siguieron subiendo, hasta llegar a la plataforma de la torre de la Comté.<br />

—¡Ah, ah! —exclamó Billot.<br />

—¿Qué es? —preguntó de Launay.<br />

—Que no habéis mandado bajar los cañones.<br />

—No: he mandado únicamente que los retiren un poco.<br />

—Pues sabed que he de decir al pueblo que aun están ahí los cañones.<br />

—Decídselo enhorabuena.<br />

—¿Es decir, que no queréis mandarlos bajar?<br />

—No.<br />

—¿Decididamente?<br />

—Señor mío: los cañones del rey están ahí de orden suya, y no se les moverá de<br />

ese sitio sino por otra orden del rey.<br />

—Señor de Launay —dijo Billot, elevando la expresión y el sentido de sus<br />

palabras a la altura de la situación—, el verdadero rey a quien os aconsejo que<br />

obedezcáis es ése. Y designó al gobernador la muchedumbre, ensangrentada en<br />

algunos puntos por el combate de la víspera, y que ondulaba delante de los fosos<br />

haciendo relucir sus armas al sol.<br />

—Señor mío —replicó a su vez de Launay irguiendo la cabeza con arrogancia—,<br />

puede ser que vos conozcáis dos reyes; pero yo, en mi calidad de gobernador de<br />

la Bastilla, no conozco más que uno, Luis XVI que ha puesto su firma al pie de<br />

un despacho en virtud del cual mando aquí los hombres y las cosas.<br />

—Pero ¿acaso no sois ciudadano? —exclamó Billot, colérico.<br />

—Soy un caballero francés —contestó el gobernador.<br />

—Es verdad: sois militar y habláis como tal...<br />

—Vos lo habéis dicho —replicó de Launay inclinándose—, soy militar, y, a fuer<br />

de tal, cumplo con mi consigna.<br />

—Pues yo soy ciudadano; y como mi deber de ciudadano está en oposición con<br />

vuestra consigna de militar, uno de los dos morirá: o el que obedezca su<br />

consigna, o el que cumpla con su deber.<br />

—Es muy probable.<br />

—Conque ¿estáis resuelto a mandar hacer fuego contra el pueblo?

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