24.01.2019 Views

ANGEL PITOU

Angel Pitou tercer libro sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas

Angel Pitou tercer libro sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas

SHOW MORE
SHOW LESS

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

—¡César! —murmuró la reina con sangrienta ironía.<br />

—O Claudio, si lo preferís, porque, según sabéis, Claudio era un cesar como<br />

Nerón.<br />

La reina bajó la cabeza. Aquella sangre fría histórica la confundía.<br />

—Ya sabéis —prosiguió el rey—, que Claudio, puesto que preferís el nombre de<br />

Claudio al de César, tuvo que mandar cerrar una noche la verja de Versalles, para<br />

daros una lección cuando os retirarais demasiado tarde. La culpa de esta lección<br />

la tenía el señor conde de Artois. Por consiguiente, no echaré de menos a ese<br />

señor. Por lo que toca a mi tía, ya sé lo que se sabe de ella. Esa es otra que<br />

merece ser de la familia de los Césares. Por tanto, que se vaya: tampoco lo<br />

sentiré. Y ¿creéis que no me pasa lo mismo con el conde de Provenza? Si se<br />

quiere marchar que se marche. ¡Buen viaje!<br />

—Ese no habla de marcharse.<br />

—Tanto peor. El conde de Provenza sabe demasiado latín para mí: yo le pago<br />

hablándole en inglés. Él es quien nos ha hecho cargar con la cuestión de<br />

Beaumarchals, haciéndole encerrar en Bicétre, en For-Léveque, y no sé dónde<br />

más, por su propia autoridad, y el señor de Beaumarchals también nos ha<br />

devuelto la pelota. Conque el señor de Provenza se queda? Tanto peor, tanto<br />

peor. ¿Sabéis una cosa? Que el único hombre honrado a quien conozco cerca de<br />

vos es el conde de Charny.<br />

La reina se sonrojó y volvió la cabeza.<br />

—Pero ahora recuerdo —continuó el rey después de una breve pausa, que<br />

estábamos hablando de la Bastilla. Conque ¿lamentáis que el pueblo la haya<br />

tomado?<br />

—Sentaos al menos, señor —dijo la reina—; porque me parece que aun tenéis<br />

muchas cosas que decirme.<br />

—No, gracias: prefiero hablar paseándome. Mientras me paseo, procuro por mi<br />

salud, de la que nadie se preocupa; porque, si como bien, digiero mal. ¿Sabéis lo<br />

que se dice en estos momentos? Pues dicen: «El rey ha cenado; el rey está<br />

durmiendo». Y ya veis cómo duermo. Aquí me tenéis, de pie, procurando hacer<br />

la digestión mientras hablo de política con mi mujer. ¡Ah, señora! Estoy<br />

expiando...<br />

—Y ¿qué expiáis?<br />

—Los pecados de un siglo, de los que yo pago las consecuencias; expío a la<br />

Pompadour, la du Barry, el Parque de los Ciervos; expío al pobre Latude, que<br />

pasó treinta años pudriéndose en los calabozos e inmortalizándose por sus<br />

sufrimientos. ¡Pobre mozo! ¡Ah! ¡Cuántas necedades he hecho dejando pasar sin<br />

correctivo las ajenas! He ayudado a perseguir a los filósofos, a los economistas, a<br />

los eruditos, a los literatos, y todos ellos no deseaban otra cosa sino amarme. Si<br />

me hubiesen amado habrían sido la gloria y la ventura de mi reinado. Por<br />

ejemplo: a Rousseau, ese coco de los Sartines y compadres, le vi un día, aquel en<br />

que le mandasteis llamar a Trianón: llevaba la ropa sin cepillar, es verdad; la<br />

barba larga; también es verdad; pero, por lo demás, era un buen hombre. Si me<br />

hubiese puesto mi traje ordinario de color gris y mis medias casi caídas, y<br />

hubiera dicho a Rousseau: «¡Ea! Vamos a buscar musgos por los bosques de<br />

Ville d'Avray...»

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!