V 34 N 82
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MÉNDEZ-ORDAZ, R.A. Y CISNEROS-CHACÓN, E.
económica, es necesaria la distribución igualitaria, no solo de
ingreso sino del tiempo total del trabajo, remunerado o no.
En el 2014 la Encuesta Nacional de Uso del Tiempo (ENUT),
resaltó que las mujeres semanalmente destinan 50.1 horas y
los hombres 17.6 horas al trabajo no remunerado de los
hogares. En total de horas de trabajo, las mujeres trabajan
70.7 horas semanales y los hombres 60.5. Asimismo, en los
datos más recientes del Atlas de Genero elaborado por
INMUJERES, ONU, INEGI Y CEPAL, en el rubro de
trabajo a nivel nacional se obtuvo una brecha del 32.19% en
participación económica, lo que a su vez contrasta con la
paridad que existe en la matrícula escolar en nivel básico,
medio y superior. Estos datos de nuevo indican que tener el
mismo nivel educativo que los hombres, no ha sido para las
mujeres suficiente para tener una mayor participación en
algún sector económico, situación que también se refleja en
el rubro de la ciencia.
DISCUSIÓN
Los datos estadísticos presentados en el apartado anterior
indican por sí solos la desigualdad que existe entre hombres
y mujeres en cuanto al trabajo productivo y no remunerado.
También la paridad en las matrículas en nivel básico, medio
y superior, aunque han sido un avance en la búsqueda de la
equidad, no ha sido un factor suficiente para que las mujeres
alcancen la autonomía económica. Asimismo, si el análisis se
centra en el rubro de la ciencia, también es visible que existe
una subrepresentación de mujeres en este ámbito.
Sin embargo, los datos cuantificables, aunque dan luz del
fenómeno, no son suficientes para entender las causas de esta
subrepresentación. Por eso, en este apartado se hace un
contraste entre estos datos y los estudios cualitativos que
plantean las principales dificultades de mujeres en la ciencia.
De este modo, se pretende apuntar que, aunque existen
importantes coincidencias entre ambos, también es cierto que
la literatura cualitativa arroja información que no se
encuentra en las estadísticas, pero que es importante tomar
en cuenta para tomar decisiones de índole política o
económica.
A lo largo de la historia las mujeres han sido invisibilizadas
por los discursos científicos como agentes sociales, pero
también las mujeres científicas han sido ignoradas y sus
logros muchas veces asignados a hombres (Martín, Morón,
Solís y Martín, 2017). Aunque han existido importantes
avances, la mujer, como agente social, no tiene aún el
reconocimiento merecido en el ámbito científico.
Entre las principales causas para que las mujeres no ejerzan
como científicas, o para que no prosperen en este rubro, se
encuentran la conciliación entre la vida familiar y profesional
y el androcentrismo en la sociedad, del cual las escuelas de
todos los niveles, así como los ambientes profesionales no
son exentos. Sin embargo, aunque la UNESCO (2019) con
su libro “Descifrar el código: La educación de las niñas y las
mujeres en ciencias, tecnología, ingeniería y matemáticas”
tuvo como propósito mostrar estos factores como los
principales obstáculos que tienen las mujeres en la ciencia, y
por lo tanto los aspectos que hay que vencer para cumplir con
las metas de desarrollo, en las estadísticas e indicadores aún
no se han tomado del todo en cuenta.
Sobre el primer factor es posible encontrar la coincidencia
entre los datos estadísticos que indican una brecha muy
grande entre los sexos del tiempo dedicado al trabajo no
remunerado. Esta situación como ya se mencionó afecta a la
autonomía de las mujeres y en términos de Amartya Sen, a
sus capacidades. Pues bien, la ciencia es un rubro en el que,
aunque pudiera parecer más objetivo que otros, los roles de
género siguen teniendo un gran peso, por lo que las
científicas deben contar con una red de apoyo de cuidados y
doméstico para poder dedicarle a la investigación y a la
academia el mismo tiempo que sus compañeros hombres
(Rockinson, Spaulding, Lunde, 2017; Ballarín, 1995; Carter,
Blumenstein y Cook, 2013; Sumpter, 2014; Baeza, 2017).
De igual forma, si las mujeres no cumplen el rol de madres o
esposas en la academia, pueden dedicar más tiempo a la
investigación o exigencias de este ámbito, pero también
pueden ser vistas como egoístas por decidir no ejercer la
maternidad y darle prioridad a su crecimiento profesional, e
incluso pueden tener problemas con sus parejas y divorciarse
(Kerlin, 1997). Esta situación es solo una de las muchas que
las mujeres viven en la academia que como nuestra sociedad
es androcéntrica.
De acuerdo con el glosario de género de INMUJERES
(2007), el término androcentrismo “proviene del griego
Andros (hombre) y define lo masculino como medida de
todas las cosas y representación global de la humanidad,
ocultando otras realidades, entre ellas, la de las mujeres.” El
mundo académico no cuestiona el sexismo, los roles de
género y que está formulado bajo los tiempos de los hombres.
Este androcentrismo se ve reflejado también en la idea de que
las mujeres no son aptas para la ciencia, sino para tareas de
cuidado, al contrario de los hombres. Estas actitudes son
frecuentes en docentes, investigadores y estudiantes del
ámbito científico y particularmente de STEM, lo que
ocasiona que las mujeres se desarrollen en un ambiente
áspero (Ballarín, 1995; Gilmer, Tansel, Hughes, 2014;
Blázquez y Fernández, 2016; Gallego, 2018; Gálvez, 2015).
Ortmann (2017) explicó que existen diferencias en el
comportamiento de los docentes en ámbitos universitarios
predominantemente masculinos que se conocen como
efectos de expectativas, y se explican al recordar que se tiene
naturalizada la idea de considerar que hombres y mujeres son
hábiles para unas áreas y no capaces para otras. De los
hombres “se espera” que les vaya bien en carreras de STEM,
y para las mujeres es “normal” que se les dificulte; los
hombres son racionales y las mujeres emocionales; los
hombres son mejores en investigación y las mujeres en
docencia. Dura-Bellat (2018) explicó que estas ideas inician
en la casa y continúan por la educación básica hasta llegar a
48 REVISTA DEL CENTRO DE GRADUADOS E INVESTIGACIÓN. INSTITUTO TECNOLÓGICO MÉRIDA Vol. 35 NÚM. 82