publicación - CCOO
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JOSÉ MARÍA FIDALGO VELILLA<br />
La asunción de la propia responsabilidad como agente de representación de intereses y<br />
mediante ello como estabilizador social es retribuido por las sociedades democráticas y<br />
abiertas. Lo contrario es rechazado y se busca la sustitución del agente de representación.<br />
La retribución positiva convierte al representante de intereses particulares en representante<br />
de intereses generales. No sólo lo escriben en las Constituciones, se les representa como<br />
tales. Este papel que hoy juega merecidamente (y no sé si del todo conscientemente)<br />
CC.OO. es central para dirimir el futuro. Porque no sólo determina cambios legislativos<br />
sino que reviste al sindicato de legitimidad para exigir a otros representantes de intereses<br />
estar a la altura de las circunstancias. Y esto parece absolutamente necesario y, en particular,<br />
en un ámbito como el de nuestro país.<br />
Veinticinco años de democracia son pocos años. Pero han servido para que, en términos<br />
sociales y económicos, España haya atravesado la etapa posiblemente menos conflictiva<br />
y más útil de toda su difícil historia. La política ha sido determinante. La libertad ha<br />
permitido a una sociedad harta de imposiciones e injusticias desarrollar sus capacidades y<br />
el resultado, con sus dolorosas sombras indudables pero con sus palmarias evidencias, es<br />
positivo. Sin embargo en estos momentos de globalización económica, de integración económica<br />
y política continental, la crisis de la política con sus esquemas tradicionales para<br />
seguir liderando el progreso es evidente. De hecho, en países donde la política democrática<br />
ha sustituido a regímenes autoritarios, sin una sociedad civil consciente y organizada, el<br />
resultado es negativo. Son momentos de fuerte acción e intervención de la sociedad civil.<br />
En ese campo de juego se dirime, a mi entender, el futuro en gran parte. Y también el futuro<br />
de la política. La invasiva penetración cultural de estándares individualistas, el culto al éxito<br />
individual, son bombardeos duros, pero pasajeros. No deben proyectar sobre nosotros otra<br />
duda que no sea la de nuestra propia actuación. La sociedad percibe claramente la interdependencia<br />
de personas, de instituciones y de intereses, así como la necesidad de estabilidad<br />
que no se resignará al desgobierno ni al gobierno de unos pocos y a la pasividad de casi<br />
todos. La sociedad es inteligente. No sólo cuando nos aplaude.<br />
Es por lo tanto hora de representar nuestros intereses sin timidez, demandando en cada<br />
momento la correcta representación de los intereses que se contraponen a los nuestros. La<br />
correcta representación debe pasar por el baremo de su confluencia con el interés general.<br />
No se puede representar el privilegio sin ser deslegitimado. Y uno no puede ser deslegitimado<br />
si lo que representa y defiende interesa a la mayoría, hasta dejar sin argumentos a la<br />
contraparte. Por ejemplo ¿cómo demostrar que en un país libre la individualización de las<br />
relaciones de trabajo es más útil para predecir, planificar y trabajar que un convenio colectivo<br />
bien ajustado? O ¿cómo demostrar que se garantiza lo mismo el futuro con un ahorro<br />
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