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La Luna es la hermana pobre de la Tierra. Cuando ambas crecían<br />
en el patio nebuloso que era el sistema solar al principio, la<br />
Tierra, más crecidita, atraía a casi todos los asteroides que pasaban<br />
cerca; sólo algún despistado se estrellaba en la Luna. Pasó el<br />
tiempo, y la Tierra fue capaz de desarrollar una atmósfera y retenerla.<br />
Desde entonces no ha hecho más que progresar. Al enfriarse,<br />
el vapor de agua de la atmósfera se condensó en hermosos<br />
océanos. En los océanos ya se sabe lo que pasó. Mil formas de<br />
vida cubrían al poco tiempo todos los rincones del planeta, que<br />
adquiría tonos verdosos desde el espacio. Mientras tanto, la Luna<br />
era cada vez más vieja y más fea. El último agravio fue hace poco.<br />
La Tierra se dedicó a soltar trocitos puntiagudos que llegaban<br />
hasta la Luna y le hacían mil perrerías: daban vueltas alrededor, le<br />
sacaban fotos; hasta arrancaron pedazos de su superficie y se los<br />
trajeron a la Tierra como trofeo. Sólo le faltaba eso a la pobre<br />
Luna, alimentar la soberbia de ese pariente ricachón que le ha tocado<br />
en desgracia.<br />
Che fai tu, luna, in ciel?, se preguntaba el poeta. Tal vez eso<br />
hace la pobre Luna en el cielo con su giro implacable; ser el pariente<br />
pobre que hiere nuestra vanidad de nuevos ricos con su<br />
eterna y desolada pobreza; recordarnos lo que fuimos, lo que somos<br />
todavía de alguna forma, lo que seremos siempre, un pedazo<br />
de triste materia navegando silencioso por el infinito universo.<br />
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