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Officium Veneris - Telecable

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se le estaba haciendo agua. Ella estrangulaba mis huevos con<br />

fuerza y la besé. Sonaba incitante y dolorido el último allegro de<br />

la sinfonía en do menor de Franz Schubert.<br />

No sé cuanto tiempo duró la batalla; en todo caso mucho. Me<br />

encantaba desplegar sus banderas, hacerlas ondear entre mis dedos,<br />

desnudar su botón y pellizcarlo, apretarlo, retorcerlo, acariciarlo<br />

de todas las formas, con todos los ritmos posibles. Disfrutaba<br />

visiblemente, pero me pidió que parara. Entonces la penetré.<br />

Mientras mi vientre invadía el suyo, nuestras lenguas no se cansaban<br />

de enlazarse y compartir su humedad dentro de mi boca. Todos<br />

mis sentidos se embriagaban de ella; forma, tacto, susurro,<br />

olor, sabor, todo era ella; y ella extática también reflejaba mi placer<br />

como un espejo loco. Sólo tenía un sentimiento; que gozara,<br />

devolverle la locura que me estaba dando, pero su voluptuosidad<br />

era oscura, difícil; cuando creía haberla reventado de placer, sentía<br />

que su deseo renacía más poderoso. En medio de mi rapto, estaba<br />

confuso. No obstante, era una amante perfecta; nunca me<br />

pedía más de lo que podía darle, y eso lo disfrutaba al límite. Las<br />

constelaciones más felices brillaron sobre las sábanas: la amazona,<br />

la enfadada, los perros, la perezosa… Recuerdo sensaciones<br />

como destellos: su forma enloquecedora de felar, mordiendo y<br />

pellizcando con los labios el vientre del monstruo, dejándolo trempar<br />

desafiante sobre el rostro un momento para luego atacarlo con<br />

rabia y hundirlo entre los labios. Cuando gozaba, sus ojos negros<br />

y profundos de artista quedaban como suspendidos al límite de un<br />

abismo. En la acción rápida su melena oscilaba deliciosamente<br />

alrededor del cuello. Tomándola desde atrás, yo apretujaba sus<br />

nalgas para hacer asomar la areola amplia, profunda, casi negra,<br />

que escondía en el fondo de su surco; cualquiera podría decir que<br />

aquella boca era fea, pero para mí, borracho de sus ojos de diosa,<br />

hacerla asomar, contemplarla, acariciarla, era el vértice absoluto<br />

de mi placer.<br />

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