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Officium Veneris - Telecable

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un: “anda, muévete” que venía al pelo en aquel momento. Respondí<br />

con prudencia: “Se hará lo que se pueda, tesoro”. ¡Vaya si le<br />

gustaba! A las pocas acometidas empezó a jadear como una posesa.<br />

Había que comportarse. Actuando con la habilidad y prudencia<br />

de un viejo cardenal conseguí llevarla a un primer orgasmo<br />

que prometía ser el comienzo de una larga serie, pero el abrazo era<br />

ya irresistible. La técnica china de la presión en el perineo, combinada<br />

con la técnica india de la respiración profunda y la técnica<br />

española de concentrarse en la lista de los reyes godos como si te<br />

fuera la vida en ello, sirvieron sólo para prolongar unos momentos<br />

lo inevitable; a la altura de Recesvinto me tiré a la piscina volcándome<br />

hacia delante y buscando sus pechos con avidez.<br />

Después, ella no quería que sacara mi chisme, y estuvimos un<br />

ratito uno sobre otro, ya echados. No recordaba almohadones más<br />

cálidos ni deliciosos bajo mi vientre. —“Ves como te gustó, cielo”.<br />

—“Sí, pero al principio me daba un poco de corte”. Al sacar el<br />

cacharro por fin, el olor a mierda era notorio. Debo reconocer que<br />

olía verdaderamente a mierda; no obstante, aunque eso no le hiciera<br />

dejar de ser mierda, era la mierda de mi nena. Mirarla a los<br />

ojos y oler aquello era la demostración palpable de mi descubrimiento<br />

arquetípico. “El angelín guapo es una cerdita”.<br />

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