Officium Veneris - Telecable

—Mira, el problema es que a mí no me gusta separarme de
estos libros. ¿Por qué no lo fotocopias?
—Me parece bien.
Quedamos en una cafetería del centro. Se lo conté a Sofía que
se hacía la celosa.
—Oye, ¿y por qué no voy yo contigo?
—Tienes clase de inglés.
—Da igual, por un día.
Al despedirme de Sofía me dijo: “no me hagas caso, si está
buena, tíratela, no seas bobo”.
Quedamos en que ella llevaría un traje verde y se sentaría
junto a la puerta. Cuando llegué, no podía dar crédito a mis ojos.
¡Qué mujer! ¡Y qué traje verde! Alta, morena, ojos negros, todo
generoso, y en los ojos como una inquietud infantil, de indefensión.
Una bomba envuelta en papel de seda. Carolina Grimaldi en
sus mejores tiempos era una verdulera comparada con Catalina.
La tesis la hacía aquí, pero se la codirigían en París. De momento
estaba juntando documentación, y muy pronto marcharía a París a
seguir el trabajo. Hojeó los dos tomos con exclamaciones de júbilo.
Conocía bien la obra a través de la traducción, pero necesitaba
precisar algunos términos en el original.
Dejamos los libros para hacer fotocopias, y mientras las hacían
tomamos otro café. Hablamos del prodigioso XVIII francés,
de la triste historia de Lavoisier. La cultura de Catalina era enorme,
y sus opiniones certeras y apasionadas. Me hablaba afectuosamente,
y rápidamente comencé a captar un mensaje afectivo. “Es
tan difícil encontrar a nadie con quien poder hablar de estas cosas.
A los científicos sólo les interesa la ciencia superespecializada
que se hace ahora. Los filósofos sólo saben enredar con sus conceptos
abstrusos. A nadie le interesaba un tema así. Cuando se me
ocurrió, me costo Dios y ayuda encontrar alguien que me lo
dirigiese”. Estaba de acuerdo con ella y me sentí halagado por sus
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