Officium Veneris - Telecable

Y.– Vamos, que te hiciste un poco el estrecho.
J.– Llámalo así. Y él empeñado, que ya lo había hecho varias
veces, que eso era lo único que podía salvar su pareja; un dramón
de miedo.
Y.– Y al final le hiciste el favor; no me digas más.
J.– Sí que se lo hice. Y fue una experiencia estupenda.
Y.– ¿Cómo se comportaba su mujer?
J.– Fue un caso muy raro. Yo creo que ella era una ninfómana
de mucho cuidado que quería locamente a su marido. Después me
enteré de algunas cosas más, y pude imaginarme más o menos lo
que ocurría. Las cosas iban bien entre ellos, pero el hombre no
estaba para muchos trotes y a ella de vez en cuando le entraba una
crisis. No decía nada, pero estaba de mal humor, se deprimía. Entonces
él, que era muy listo, se lo contaba de sopetón, pero cariñosamente.
“¿Qué le pasa a mi gatita guapa que está enfurruñada?
Me parece que está un poco cachonda. Verás, mi regalo de cumpleaños
—o de pascua, o de lo que tocase en ese momento— va a
ser especial, ya verás”. Ella protestaba, le decía que no, pero un
día aparecía él en casa con algún amigo que elegía que supiese de
verdad que era de confianza, y vamos, modestia aparte, que estuviese
un poco bien. A mí me citó en su casa un día por la tarde,
nos presentó, empezamos una conversación, y cuando él vio que
ya estaba roto el hielo, nos dijo que le perdonásemos, que tenía
que salir un momento. Se marchó y allí ya no hubo apenas palabras.
¡Qué tardecita! Aquella fiera me hizo echar hasta la primera
papilla.
Y.– Jolín, chico, yo la comprendo. Tenía que durarle el polvo
varios meses. ¿Y tú crees que eran felices?
J.– Yo los conocí un poco, y creo que eran bastante felices; de
lo que estoy seguro es de que se querían locamente.
Y.– De todas formas, sigo pensando que la pareja, que es el
gran mito de esta sociedad, es un mal rollo en la inmensa mayoría
de los casos. Se puede decir que en todos.
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