Officium Veneris - Telecable

25 de Enero
E stos
han sido días tranquilos tras el susto del jueves. Hoy, releyendo
mi diario, me he dado cuenta de que casi parece una
novela; para serlo tal vez sobran sólo algunas casualidades que
nada más que se permiten en la vida real. He intentado muchas
veces escribir una novela; siempre sin éxito porque no tengo capacidad
de observación. Los seres humanos me sorprenden continuamente,
y soy incapaz de imaginar qué diría fulano en una
situación determinada. Paso delante de las cosas sin enterarme.
Hoy mismo, por ejemplo, he descubierto que al lado de nuestra
casa hay una iglesia redonda de ladrillo, extrañísima. Había pasado
en coche a su lado cientos de veces y nunca la había visto.
Sin embargo, a partir del momento en que la vi, la iglesia circular
no se aparta de mi mente. Me gustaría conocer la estructura de sus
cimientos, el color exacto y el tacto del ladrillo gastado de su superficie,
la altura de la torre que se recortaba esbelta en el cielo de
la mañana.
La vida con Sofía es el paraíso. Nos perdemos por casa cada
uno a su rollo, y de repente me busca, y trae un oscuro deseo de
macho en sus ojos de diosa. De madrugada, mientras ella duerme,
pienso; siento el calor próximo de su cuerpo y pienso; trato de
descifrar la misteriosa seducción que ejerce sobre mí, más allá
del abismo de sus ojos negros, más allá de todos los vértices de
asombro que me regala el laberinto de su piel. Trato de hundirme,
de ir al fondo de este océano de dulzura, y veo la oscura sangre
derramándose por arterias, capilares, nutriendo los tejidos, células
minúsculas, como vivas amebas. Todo su cuerpo me conmueve,
cada detalle que intuyo, aquí tan próximo, en el calor de
nuestro lecho. Y veo su ternura surgiendo bajo el negro cabello
que se derrama desordenado sobre la almohada, bajo el sólido
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