Officium Veneris - Telecable

no hay mentiras entre nosotros. Quédate. (La miro. Hay lágrimas
en sus ojos). No puedo soportar que te vayas. (La abrazo). Te
quiero. Tú has traído la ternura a mi vida.
—(Sollozando). Te quiero. (Se sobrepone y dice con tono decidido).
Quiero hablar con él ahora mismo, y quiero que tú escuches
la conversación.
—Sofía, llámale si quieres, pero no es necesario que yo escuche.
—No es necesario para ti, para mí sí lo es.
Habló con él. De los detalles del diálogo se deducía que toda
la historia de Sofía era cierta. Le dijo que le quería, pero que no
quería saber nada de él mientras su vida fuera lo que era. Estuvo
soberbia, pero para mí fue duro escuchar la voz de alguien que
planeó fríamente nuestra muerte, como un negocio más. Resultó
ser un canalla del tipo viscoso. Sus protestas de inocencia eran
insultantes: “Pero, Sofía, ¿tú crees que soy idiota?”. Ella llegó a
decirle: “Si a él llegara a pasarle algo, yo misma declararé contra
ti”. “Ay, Sofía, estás obcecada”, fue lo último que dijo el infame.
Cuando terminó de hablar nos abrazamos otra vez. “¡Qué mal lo
he pasado, cielo!”. “¡Anda que yo!”.
Llamé a Joaquín para contárselo todo. Quería vernos, y pasó
por casa a la salida de la Facultad. Al ver a Sofía se abrazaron
emocionados.
Sofía ha crecido. Yo también he crecido; de su sufrimiento,
sus luchas y sus gozos, deduzco ahora algo que antes se me escapaba,
algo profundamente humano. Ella se parece cada vez más a
un espejo en cuyo fondo adivino la misma fragilidad, el mismo
anhelo de felicidad, la misma humanidad atormentada y gozosa
que es mi propia existencia. Humana al fin, la diosa que es una
cerda habita a mi lado.
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