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7 de Diciembre<br />
S on<br />
las diez de la mañana. Acabo de despertar solo en el estudio,<br />
y he visto que hace un día espléndido, aunque hay algunas<br />
nubes sobre la sierra. Joaquín duerme abajo en el dormitorio<br />
grande; dentro de un rato bajaré a preparar el desayuno y le despertaré.<br />
¿Qué ocurrió anoche? La cosa es larga de contar. Vayamos<br />
por partes.<br />
Llegaron todos a eso de las ocho. Joaquín, Rosa y Cristina.<br />
Rosa es Rosa, una chiquilla preciosa que fue vecina mía en G.,<br />
hace un montón de años. Le dije que no había cambiado nada, que<br />
seguía preciosa, y no tuve que mentir. Es la pura verdad; es pintora,<br />
y tiene como veinticinco años —luego me enteré de que son<br />
veintisiete—, uno sesenta, cuerpo perfecto. Sigue risueña y simpática,<br />
pero ha cogido un aire de mujer elegante que cuida cada detalle<br />
mínimo de la forma como se presenta a los mortales,<br />
—pendientes de diseño a juego con un precioso broche que recoge<br />
una parte de su melena; todo con detalles en rojo que hacen contraste<br />
con el pelo negro—. Desde el principio en la prehistoria nos<br />
caímos bien. Cristina aparenta como treinta años —treinta y dos—<br />
y es una de esas mujeres que nos dejan perplejos a primera vista.<br />
Alta, rubia teñida, elegante. Sus hermosos ojos verdes —Ro sa los<br />
tiene negros— expresan una bella inquietud; hacen adivinar una<br />
mujer que siente intensamente lo que ve; una mujer que se puede<br />
meter fácilmente dentro de nosotros; sin obstáculo hasta el centro<br />
de nuestro corazón. Rosa y Cristina.<br />
Les enseñé la casa, y nos sentamos a tomar una copa de<br />
Oporto en la salita de arriba. El eje de la conversación eran Joaquín<br />
y París. Veía a través de la ventana el cielo negro y despejado;<br />
Venus y Marte a occidente, Júpiter, Saturno hacia oriente,<br />
enviaban su pálida luz presididos por el cuarto creciente de la<br />
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