Officium Veneris - Telecable

4 de Febrero
❧ CIENCIA
De niño me emocionaba, y me interné en el laberinto. Después,
conocí las ecuaciones y a los hombres que hay detrás
de ellas. Hoy día, la superespecialización de los trabajos me ha
hecho perder la pista de la mayor parte de lo que se hace, aunque
tengo la impresión de no perderme nada importante, sólo detalles
de los detalles que acabaremos encontrando en algún nuevo electrodoméstico.
Todo esto pocas veces me emociona ya. Fotografía
en la revista de National Geographic. El centro de la fotografía lo
ocupa una maraña de tubos que surgen del cuerpo de un hombre
inconsciente sobre una mesa de operaciones. La habitación es un
quirófano; en el suelo se aprecian manchas de sangre. Nos dicen
que es de madrugada y se acaba de realizar un transplante de
corazón que se ha prolongado toda la noche. Hay otros dos hombres
en el quirófano. Uno es un médico que ha sucumbido al cansancio
y dormita recostado en una esquina, pero toda la fuerza de
la fotografía se concentra en los ojos del otro hombre, un cirujano
exhausto que aún no se ha quitado la mascarilla ni los guantes
manchados de sangre. El cansancio le ha hecho sentarse en una
mesita baja al lado de la mesa de operaciones, pero sus ojos miran
tensos la pantalla en la que se registran las constantes vitales
del hombre transplantado. No es un cirujano famoso; no estamos
en un país rico; este hombre ha aprendido a transplantar corazones
leyendo trabajos en revistas médicas. El gesto de sus ojos
cansados concentrados en la pantalla tiene un mensaje que deberíamos
urgentemente escuchar. Por primera vez, mi vida transcurre
plácida, sin tensiones. Algún conflicto profundo y ancestral
que llenaba de inquietud mis días se ha resuelto. Siento que podría,
que debería hacer algo más que dar mis clases; un tema me
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