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Officium Veneris - Telecable

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sumergí en su dulzura; mordisqueaba uno y sujetaba el otro con<br />

suavidad; luego bajé la mano al vientre suave y cálido. —“Por<br />

favor, déjame desnudarte”. Se puso de pie, y le bajé el pantalón.<br />

Besé su trasero a través del encaje de las bragas; luego lo hice<br />

surgir entre mis manos. Mientras se quitaba las bragas, me puse de<br />

pie y me desnudé. Nos abrazamos y nos besamos. Mi miembro<br />

palpitaba contra su vientre.<br />

Nos tumbamos en la cama, y ella empezó a descapullarme con<br />

un entusiasmo que se transmitió a mi pene. El hielo estaba completamente<br />

roto. Me concentré en su trastienda. —“¡Te gusta pog atgás,<br />

eh!”. —“Es que tu trasero me vuelve loco”. No parecía<br />

importarle. Lubriqué su esfínter con saliva, y le dije que se pusiera<br />

sobre mí de espaldas. Con su ayuda la verga entró fácilmente en el<br />

ano amplio y rosado, custodiado por pelillos rubios. Era la maravillosa<br />

postura de la enfadada; ella cabalgaba como una valquiria<br />

borracha y yo mientras tanto sujetaba sus amplias nalgas que azotaban<br />

mi vientre. En el sofá Johann besaba extático las nalgas desnudas<br />

de Sofía, que masturbaba su todavía incipiente erección.<br />

Al cabo de un rato en esta posición, Julia empezó a chillar;<br />

embestía cada vez más fuerte, y retorcía la popa desafiando sin<br />

miedo la galerna. Me incorporé apoyándome en el respaldo de la<br />

cama y pude alcanzar su arca de la alianza, que estaba encharcada;<br />

jugué con las ninfas y empecé a masajear frenéticamente el clítoris.<br />

Cada vez gritaba más; sus gemidos eran desesperados, de loca.<br />

Johann no dejaba la trastienda de Sofía, pero parecía afectado por<br />

lo que estaba ocurriendo en la cama; nos miraba cada vez más frecuentemente<br />

con una mirada terrible. Entonces, volqué a Julia ha -<br />

cia atrás y le abrí las piernas; con lo que ella tuvo que apoyarse en<br />

la cama. La tenía sobre mí y no dejé de bombear su culísimo, pero<br />

me giré un poco para enfilar a Johann y abrí para él la almeja de su<br />

mujer, que empezó a gritar agónicamente: “Mein Gott, Johann,<br />

bitte!”. Él se abalanzó sobre ella y la penetró salvajemente, aunque<br />

su erección no era aún gran cosa. Sentí su cimbel fláccido en-<br />

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