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después, aquella noche sólo viví la locura de una mujer entregada<br />
en cuerpo y alma a mi placer. Morena de ojos preciosos en un<br />
rostro perfecto; alta, delgada, pero con delantera y retaguardia<br />
abundantes; en dos horas se empeñó en emborracharme con todo<br />
lo que había en ella de codiciable, que era mucho. Todo lo exhibía<br />
con gestos descocados; sus manos eran el sujetador que presentaba<br />
sus pechos para mí; un dedo recorría parsimoniosamente los<br />
escondrijos de su vulva y su trasero ofrecidos, mientras con la<br />
otra mano engatusaba a mi pene; me hacía gozar así con la inminencia<br />
del encuentro de nuestros sexos, exhibiendo a la vez su<br />
cuerpo y su deseo; yo miraba embriagado el vuelo desafiante de<br />
los halcones negros de sus ojos, heridos de placer, codiciosos de<br />
mi carne. Después abrió para mí la fuente más secreta de sus orgasmos,<br />
de su feminidad más íntima. Estoy acostumbrado a que<br />
finjan conmigo, pero yo mismo sentía los espasmos de su vientre,<br />
veía sus locas corridas que manchaban las sábanas. Se había<br />
propuesto gozar y gozaba. Creí volverme loco cuando chillando<br />
se sacó mi polla de la vagina, y estrujándola buscó para ella cobijo<br />
en el túnel angosto de su mierda; “la quiero ahí, ahí, joderrrr,<br />
ahííí!”.<br />
Cuando nos despedimos, decidimos con las manos unidas<br />
volvernos a ver; cualquier día; yo podría verla por las mañanas<br />
cuando llevaba a su niña al colegio. Dije que lo haría. Luego<br />
pensé. Vi el terrible drama en toda su extensión, y hui de aquel<br />
sublime manantial de sexo horrorizado. El cielo y el infierno.<br />
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