Officium Veneris - Telecable

—Hola, estoy escribiendo un paper. (Está embebido en la
contemplación extática de la pantalla de su ordenador).
—Anda déjate de pijadas que lo mío es muy gordo.
—(Me mira con una mirada insolente que dice: “¡cómo que
pijadas!”, pero al ver mi cara se relaja). Anda, siéntate, ¿qué te
pasa?
Le conté la historia. Me miraba preocupado, con la arruga que se
le pone en el ceño cuando piensa. De vez en cuando, me pedía alguna
aclaración. Le conté mis conclusiones sobre el origen del
soplo. Estaba de acuerdo. Cuando terminé, se quedó pensativo.
—¡Joder!
—Me temo que estoy metido en un lío.
—Te acuerdas de que te lo dije. Hay que mirar muy bien dónde
se mete la polla.
—Bueno, anda, ahora no me vengas con sermones; nadie nace
enseñado. Tengo varias preguntas de oro. Quiero saber tu opinión.
Primero de todo. ¿Cómo piensan sacarme la pasta? No lo tengo
claro. Es evidente que ellos vienen a por todo, pero todo sólo lo
pueden conseguir… (me detengo asustado).
—Sí, amiguín, la cosa es así de cruda, matándote, y haciendo
que tu desconsolada viuda lo herede todo. No tiene dudas.
—(Se me pone un nudo en la garganta. No estaba preparado
para soportar aquello). Pero no puedo creerlo. Tú la has visto. No
es posible.
—Olvídate. Ella no tiene nada que ver con eso. Ella es sólo un
juguete en las manos de un canalla, un instrumento. Vosotros os
casaréis, y un día tú tendrás un accidente. El vendrá a consolarla:
“pobre hermanita mía”.
—Entonces tu crees que ella es inocente.
—¡Ay, cabrón, cómo te tiene agarrado! Hombre, ella inocente
del todo no es. Te ha contado unas bolas horrorosas, ha fingido ser
drogadicta, estar con el mono, te ha hablado de su pobrecita
mamá.
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