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—No, déjame a mí, por favor.<br />
—Pero ten cuidado no lo vayas a romper con esas manazas.<br />
En la hora siguiente de intensa comunicación no hubo palabras<br />
dignas de ser reseñadas. Nuestros cuerpos empiezan a conocerse,<br />
y buscan la voluptuosidad por ellos mismos; nosotros sólo<br />
los contemplamos. Manejo con astucia los arcanos que gobiernan<br />
su placer; la hago gozar con rabia, con crueldad, castigando tanta<br />
belleza que me hiere, que me desgarra y me aturde, que hace mis<br />
horas largas sin ella, que ha roto mi destino de estrella solitaria.<br />
Después llega su turno; su venganza es implacable. Ella también<br />
conoce mis misterios. No le costaría nada agotarme, saciarme y<br />
romper el hechizo; pero se complace en demorar mi gozo. Sabe<br />
llevarme al clímax, y mantenerme allí por un tiempo que se me<br />
antoja eterno. Entonces me mira, sólo me mira, moviendo suavemente<br />
el vientre, me mira con sus ojos terribles y sonríe. Sonríe, la<br />
maldita. Su gesto es el de Venus surgiendo de las aguas, mostrando<br />
su belleza a los mortales. Su rostro y su vientre prolongan<br />
el vértice de mi placer como un gracioso don de su sublime voluntad<br />
de diosa; eso dice esa sonrisa extrañamente serena en el fragor<br />
de nuestra lucha.<br />
Y terminamos, como casi siempre, en la postura perfecta del<br />
final, el palique, sentados frente a frente como buenos amigos,<br />
con los vientres enhebrados. Los cuerpos agotados buscan la ternura,<br />
y nuestros sexos pueden hablar por fin su lenguaje más íntimo,<br />
sin ningún movimiento impuesto, contarse sólo los suaves<br />
movimientos de su naturaleza pulsante, pequeños espasmos, minúsculos<br />
latidos, al fin solos. Cada decisión soberana de mi enano<br />
provoca oleadas de placer en su funda sedosa, contracciones que<br />
hacen a su vez que el pequeñín no quepa en sí de gozo. El proceso<br />
es exponencial e imparable. Y mientras abajo se desarrolla el delicioso<br />
diálogo, como buenos amigos charlamos, y nos regalamos<br />
caricias y besos inocentes de críos que siempre tienen efectos prodigiosos<br />
en el submundo. Esto es la divina karezza.<br />
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