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30 de Diciembre<br />
Ayer al mediodía cuando entré en el portal, había un hombre<br />
que aparentemente estaba esperando el ascensor. Le di los<br />
buenos días y me puse a su lado. No respondió nada, y en ese<br />
mismo momento se volvió hacia mí. Era un hombre malencarado,<br />
de mediana edad, moreno, de anchos pómulos; su mirada fría daba<br />
miedo. Me señaló con el dedo y me lanzó estas palabras: “si no<br />
dejas en paz a la chica, estás muerto, cabrón”. Me quedé mirando<br />
fijamente para él sin articular palabra. Entonces, dio media vuelta<br />
y se marchó musitando: “estás enterado”. Cuando llegué arriba no<br />
sabía bien qué hacer. Por supuesto, no le conté nada a Sofía, y la<br />
crónica de este día no la pienso pasar de momento al ordenador,<br />
para que no pueda leerla. Toda la tarde estuve dándole vueltas al<br />
problema. Al principio pensé en avisar a la Policía, pero una llamada<br />
telefónica a G., un viejo amigo que es comisario de Policía,<br />
fue desesperanzadora; tipos como Juan parecen tener patente de<br />
corso en este mundo nuestro. Si él llegara a hacerme algo, tal vez<br />
la pesada maquinaria de la ley se dignaría ponerse en movimiento.<br />
Por la noche tomé una decisión dura; me puse en contacto por teléfono<br />
con dos viejos conocidos de cuando hice la mili de alférez<br />
en Madrid, dos jóvenes gitanos que piensan que me deben la vida<br />
porque en su momento les libré de un consejo de guerra. Cuando<br />
se despidieron de mí en Campamento me hicieron un ofrecimiento<br />
muy claro y que parecía absolutamente sincero. Tras la<br />
alegría que nos produjo volver a hablar, y saber de nuestras vidas,<br />
me ofrecieron datos precisos y preciosos. En el mundo gitano hay<br />
una gran sensibilidad con el tema de la droga, y esta gente no se<br />
anda con bromas. Hoy he hecho un viaje relámpago a Madrid para<br />
conocer a una persona a la que ellos me encaminaron. Me ha cos-<br />
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