Officium Veneris - Telecable

27 de Noviembre
D ía
blanco. Recuerdo insistentemente un diálogo con Sofía
mientras follábamos el otro día: —“¿Te hago daño, vida?”
—“No te preocupes, tu polla me trata bien”.
Pienso sobre un sempiterno tema que me preocupa. ¿Qué
busco en el sexo? Es la vieja lucha entre Freud y Adler. —¿Busco
status en el sexo? —Ahora pienso que muy poco; follar con prostitutas
no es para enorgullecerse y fardar; es sexo químicamente
puro. No creo que aquí el complejo de inferioridad tenga nada que
rascar; eso era antes, cuando me enamoraba. —¿Busco sexo en el
status? —Creo que sí; cualquier éxito mundano me enardece
sexualmente. Concluyo pues que mi mente es una máquina bastante
freudiana. Me lo temía.
Bien, resulta pues que en casi todo en mi vida busco sexo —conclusión
alentadora donde las haya—. La pregunta entonces tiene
más relevancia. ¿Qué busco en el sexo? No sé. Creo que adoro el
cuerpo femenino. Es algo muy viejo, muy intenso, alimentado por
muchos años de represión furibunda que todavía sigue, y sigue. El
cuerpo femenino es el arcano mayor que lo simboliza, lo concentra,
lo intensifica todo, absolutamente todo. Breve conversación
por la tarde con Lucía en un pasillo del instituto. Hay un breve
diálogo, bromas, gestos, sonrisas, que lo expresan todo y lo encubren
todo. Algo socialmente aceptado, al borde del abismo. El
pelo moreno, los vaqueros ceñidos, los pechos abundantes que se
manifiestan a través de todos los artilugios. No ocurre nada, pero
simbólica, mentalmente ocurre todo. Se intuye el deseo del otro.
El universo masculino y el femenino apenas se acarician en un
encuentro fortuito, pero todo está ahí ya. Ese momento trivial encierra
el germen de todas las historias pensadas, adivinadas, intuidas,
deseadas. Copulación simbólica que se hace real cuando
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