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Officium Veneris - Telecable

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durecerse y revolver enfebrecido en la habitación de al lado. Se<br />

abrazaban y chillaban los dos.<br />

Aquello ya no iba conmigo, pero me concentré deportivamente<br />

en un bombeo que pareciese desesperado de la prodigiosa<br />

retaguardia de mi valquiria. Amasaba sus nalgas; las cerraba y<br />

abría haciendo ocultarse y asomar la areola rosada, como una<br />

diana con un dardo clavado. Julia ya estaba saciada, y ahora sólo<br />

besaba a Johann que todavía jadeante estaba a punto de correrse<br />

entre las alas rosadas de su mujer. Eyaculó entre gritos, mientras<br />

ella le acariciaba el escroto. Sofía nos miraba asustada desde el<br />

sofá: “¡jolín, qué número habéis montado!”<br />

Nos vestimos, nos despedimos y los dejamos abrazados en la<br />

cama.<br />

Nos vimos para cenar, pero no volvimos a sacar el tema. Hablábamos<br />

con la confianza de viejos amigos que han pasado muchas<br />

juntos. Sólo cuando nos despedimos, tras los besos y promesas<br />

de visitas, Julia, en un aparte, dijo muy cariñosamente a Sofía:<br />

“Kgacias, cielo, nos habéis ayudado mucho”.<br />

Estos días Sofía ha hecho sus pinitos como escritora. Está empeñada<br />

en participar en este diario con algunas experiencias de<br />

cuando era cría, y lo ha pasado bárbaro dando forma a sus recuerdos.<br />

Creo que es la mejor discípula que podía haber soñado.<br />

He puesto sus textos a continuación. El primero es un cuento<br />

digno del Decamerón; los otros dos son una crónica del despertar<br />

al sexo que a pocos puede dejar indiferentes. Yo sólo he tenido<br />

que retocar un poco el estilo.<br />

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