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ueno. Pero también es cierto que con una mujer que valiera menos<br />
que Sofía o que fuera menos tolerante con mi forma de ser,<br />
preferiría otra vez la vida errante del nómada sentimental. Añoro a<br />
aquel ser extraño que yo era cuando empecé a escribir estas líneas,<br />
aquel beduino sobre un fálico camello que atravesaba velado el<br />
desierto entre un horizonte de dunas. Sólo perseguía entonces el<br />
fugaz abrigo de un cúnico oasis en el que pasar la noche y descansar<br />
—aquí fugaz visión de una hoz de plata segando las palmeras—,<br />
para emprender otra vez el camino con el claror del alba.<br />
La reflexión anterior me ha hecho pensar sobre la transcendencia<br />
de las cosas muy pequeñas, la importancia de las fluctuaciones,<br />
que es al final la importancia del azar. El problema nace<br />
cuando hay que tomar opciones dicotómicas. Una, al hilo de lo<br />
anterior es esta: conocemos a una mujer que nos resulta atractiva,<br />
y debemos enamorarnos o no enamorarnos. ¿Dónde está el listón?<br />
En cualquier sitio que esté, la frontera entre el sí y el no siempre<br />
será un terreno de duda en el que cualquier detalle minúsculo<br />
puede desviar la balanza en un sentido o en otro. Cuando uno es<br />
joven y le va la marcha, un gesto, una frase, una insignia del Betis,<br />
cualquier cosa puede llegar a provocar un fatídico enamoramiento.<br />
—¿No es terrible? Una insignia del Betis puede hacernos pasar<br />
toda la vida con alguien insoportable—. Yo soy perro viejo y puse<br />
el listón muy alto, pero Sofía lo saltó como una ágil gacelilla. Su<br />
cuerpo me sedujo desde el principio, desde nuestra primera noche<br />
memorable, y no ha dejado de seducirme hasta hoy, en que es para<br />
mí casi tan familiar como el mío propio. Muchas veces simplemente<br />
la miro mientras se desviste. Ha engordado un poco. Su<br />
grupa que antes era perfecta, ahora es un poco opulenta, pero me<br />
gusta más así. Sus pechos también han crecido. Me complazco en<br />
observar estos pequeños cambios. Sus ojos negros que decidieron<br />
mi destino, han ganado una extraña madurez. Conozco cada<br />
uno de sus gestos. Adoro mirarla en esa extraña fase del día, onírica,<br />
irreal, ni vestida ni desnuda, de revelación presentida,<br />
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