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Se secaron, me dieron dos castos besos de despedida, y se metieron<br />
en el baño, dejándome solo en una cama que se me antojaba<br />
la cima del universo.<br />
A la luz del recuerdo de sus rostros bañados de lefa, pienso<br />
ahora que ninguna imagen expresa mejor que esta el arcano de la<br />
cerditud de la diosa. Esto es algo ya muy sabido; los padres de la<br />
pornografía descubrieron intuitivamente y supieron utilizar este<br />
símbolo con tal maestría que hicieron de él un género clásico, regalándonos<br />
imágenes de los más bellos rostros salpicados por<br />
perlas de semen y rodeados aún por las pollas que acaban de descargar<br />
sobre ellos. La fuerza de estas imágenes pornográficas es<br />
tal que se diría que la diosa no podría sobrevivir como tal a la<br />
imagen, y no deberíamos desear besar ese rostro después de que<br />
eso ha ocurrido en él. No es así, sin embargo, y esta pervivencia<br />
de nuestro deseo evidencia algo importante, nuestra vocación inconsciente<br />
para la orgía, para el sexo salvaje y abierto, no posesivo.<br />
De todas formas, tal vez podría decirse que hay una premisa<br />
inicial que falla. Tal vez no es el deseo de la diosa lo que provoca<br />
esa imagen, y ella no es, después de todo, tan cerda como suponemos;<br />
sabemos que lo ha hecho por dinero, y que se trata en realidad<br />
de una forma de prostitución; sin embargo, la fuerza de la<br />
imagen es tal que esta objeción sólo nos provoca risa. Tal vez a<br />
ella le han pagado por hacerlo, pero lo que se nos revela ahí refleja<br />
un “paso al otro lado” tan evidente que las motivaciones<br />
cuentan muy poco. Este es el mismo prodigio de lo real; surgido<br />
del caos, hijo también de la improbabilidad y la duda, se nos<br />
ofrece sin embargo con una contundencia que no podemos explicar,<br />
sólo aceptar. No sabemos qué, cómo, ni por qué, pero indubitablemente<br />
somos, y somos para buscar un sentido en el laberinto<br />
de las formas, las sensaciones; el deseo es la raíz de todo, idealizamos<br />
y perseguimos lo bello; eso es nuestra vida. Y en un recodo<br />
insospechado del camino, descubrimos que en el fondo de todos los<br />
ideales habitaba tan sólo un soplo helado, como un frío espejo re<br />
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