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5 de Enero<br />
Día tranquilo. Vacaciones. Sofía estudia inglés con los cascos<br />
puestos. Nieve en las cimas de la sierra. Fue providencial<br />
que comenzara a escribir este diario justo cuando mi vida empezó<br />
a cambiar; es así una crónica de mi transformación. Sin embargo,<br />
ahora que los días empiezan a repetirse, he creído que era inútil<br />
intentar escribir algo nuevo cada día. La relación entre Sofía y yo<br />
ha cambiado. Nos queremos de una forma más serena, follamos<br />
menos, y creo que ella está empezando a perderme el respeto. Esto<br />
me gusta; yo siempre he necesitado alguien a mi lado que me<br />
quiera y me aconseje, y ella ha asumido ese papel, dejando a un<br />
lado su admiración absurda del principio:<br />
—¡Jo, Pichu, venga! Vamos a dar un paseo.<br />
—Nooo, Pichu, no me apetece; estoy aquí leyendo tan tranquilo.<br />
—Venga, vístete que ya llevas todo el día leyendo. Vas a enfermar.<br />
—Bueeeeno.<br />
Y al final siempre resulta que ella sabe mejor que yo lo que yo<br />
quería hacer. Pichu es nuestro nombre íntimo; empezé yo llamándola<br />
Pichurrina, y ella siguió llamándome Pichurrín. Al poco<br />
tiempo, los dos nombres se habían abreviado al delicioso Pichu<br />
que usamos en la intimidad. Y no tan en la intimidad; el otro día,<br />
Joaquín me decía a solas todo escamado: “¡Joder, qué es ese<br />
cuento de Pichu parriba y Pichu pabajo que os traéis?”<br />
Ya sé qué es lo que Sofía más desea en este mundo. El otro día<br />
estábamos sentados viendo una película en la televisión —una<br />
historia tierna con un niño de por medio—, y se le escapó de repente<br />
durante los anuncios.<br />
—¡Ay, Pichu, si pudiéramos tener niños!<br />
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