Officium Veneris - Telecable

13 de Enero
Hoy por la tarde, mientras Sofía estaba en clase, Joaquín
pasó a verme y hemos tenido una larga conversación. Me
contó su vida. Ha decidido dejar de perseguir a Cristina.
JOAQUÍN.– Me gusta con locura, pero es una mujer…, no sé…,
demasiado volátil. Aparte de ese matrimonio a prueba de bombas
con Rosa, da la impresión de que todo le da igual…
YO.– ¿Te das cuenta de una cosa? ¿Recuerdas aquellas conversaciones
que teníamos nada más llegar tú de París? Teníamos
las ideas clarísimas, ¿no?, el matrimonio era la gran claudicación.
J.– Sí. Eramos una especie de lobos solitarios de la pradera;
personajes de western.
Y.– La única diferencia es que en vez de ser cazadores de cabelleras,
éramos cazadores de coños. Y fíjate ahora. De mí ya
mejor no digo nada; pero tu quoque lamentándote de que la Cristinita
no sea una chica como Dios manda. Me ha llegado al alma.
J.– Bueno, yo creo que es que nosotros en realidad perseguimos
la mujer perfecta, una especie de ideal femenino, y mientras
aparece y no aparece nos entretenemos con lo que haya a mano.
Y.– Pero no es eso lo que pensábamos entonces. Yo sé de uno
que dijo una frase gloriosa sobre el tiempo que pasa uno follándolas,
etc. Estabas equivocado entonces o lo estás ahora.
J.– No sé. Me pones en un aprieto. —Se queda pensativo—.
Yo diría que hay tres grados de felicidad sucesiva: mal casado, libre
y bien casado. Del mal casado no hay dudas, ¿no?, pero los
matices entre libre y bien casado son sutiles.
Y.– En principio puede tener más sexo y más variado el libre.
J.– Sí, pero el bien casado tiene una relación afectiva preciosa
que unida al sexo con una mujer que merezca la pena, creo que
hace que se lleve la palma.
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