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Las metamorfosis (Versión para imprimir)

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<strong>Las</strong> <strong>metamorfosis</strong> (<strong>Versión</strong> <strong>para</strong> <strong>imprimir</strong>) 106<br />

se derramaron sus pelos, con los cuales también su nariz y sus orejas,<br />

y se hace su cabeza mínima; en todo su cuerpo también pequeña es,<br />

en su costado sus descarnados dedos, en vez de piernas se adhieren,<br />

el resto el vientre lo ocupa, del cual, aun así, ella remite<br />

una urdimbre y sus antiguas telas trabaja, la araña. 145<br />

Níobe<br />

La Lidia entera brama y de Frigia por las fortalezas la noticia<br />

del hecho va, y el gran orbe con esos discursos ocupa.<br />

Antes Níobe de sus tálamos la había conocido a ella,<br />

por el tiempo en que, de virgen, Meonia y el Sípilo habitaba;<br />

y no, aun así, advertida quedó con el castigo de su paisana Aracne 150<br />

de ceder ante los celestiales y de palabras menores usar.<br />

Muchas cosas le daban arrestos; pero ni de su esposo las artes<br />

ni la familia de ambos y de su gran reino el poderío<br />

así la placían -aunque ello todo le pluguiera-<br />

como su progenie; y la más feliz de las madres 155<br />

dicha hubiera sido Níobe, si no a sí misma se lo hubiera parecido.<br />

Pues la simiente de Tiresias, del porvenir présaga, Manto,<br />

por mitad de las calles, excitada por una divina fuerza,<br />

había vaticinado: «Isménides, marchad incesantes<br />

y dad a Latona y a los dos hijos de Latona 160<br />

con su plegaria inciensos píos, y con laurel enlazaos el pelo.<br />

Por la boca mía Latona lo ordena». Se obedece, y todas<br />

las tebaides con las ordenadas frondas sus sienes ornan<br />

e inciensos dan a los santos -y palabras suplicantes- fuegos.<br />

He aquí que viene rodeadísima Níobe de la multitud de sus acompañantes, 165<br />

por sus vestidos frigios de oro entretejido vistosa<br />

y, cuanto su ira permite, hermosa; y, moviendo con su agraciada<br />

cabeza sueltos por ambos hombros sus cabellos,<br />

se detuvo, y cuando sus ojos soberbios alrededor hubo llevado, alta:<br />

«¿Qué furor, unos oídos dioses», dijo, «anteponer 170<br />

a los vistos, o por qué se honra a Latona por las aras,<br />

cuando el numen todavía mío sin incienso está? Tántalo el autor mío,<br />

único al que fue permitido de los altísimos tocar las mesas;<br />

de las Pléyades hermana es la genetriz mía; el máximo Atlas<br />

es mi abuelo, el que lleva sobre su cuello el etéreo eje; 175<br />

Júpiter mi otro abuelo; como suegro también me glorío de él.<br />

A mí los pueblos me temen de Frigia; debajo de mí, su dueña,<br />

el real de Cadmo está, y reunidas por las liras de mi esposo,

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