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Las metamorfosis (Versión para imprimir)

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<strong>Las</strong> <strong>metamorfosis</strong> (<strong>Versión</strong> <strong>para</strong> <strong>imprimir</strong>) 192<br />

Jacinto<br />

«A ti también, Amiclida, te hubiese puesto en el éter Febo,<br />

triste, si espacio <strong>para</strong> ponerte tus hados te hubiesen dado;<br />

lo que se puede, eterno aun así eres, y cuantas veces rechaza<br />

la primavera el invierno, y al Pez acuoso el Carnero sucede, 165<br />

tú tantas veces naces, y verdes en el césped las flores.<br />

A ti el genitor mío ante todos te amó y, del mundo<br />

en su centro, abandonada careció de su soberano Delfos,<br />

mientras tal dios el Eurotas y no fortificada frecuenta<br />

a Esparta. Y ni las cítaras, ni están en su honor las saetas: 170<br />

olvidado él aun de sí mismo, no las redes llevar rehúsa,<br />

no haber sujetado a los perros, no por las crestas del monte inicuo<br />

ir de comitiva y, con tal larga costumbre, alimenta él sus llamas.<br />

Y ya casi central el Titán, de la sucesiva y de la pasada<br />

noche, estaba, y en espacio parejo distaba de ambos puntos. 175<br />

Sus cuerpos de ropa aligeran y con el jugo del pingüe olivo<br />

resplandecen y del ancho disco inician las competiciones,<br />

el cual, primero balanceado, Febo lo envía a las aéreas auras<br />

y desgarró con su peso, a él opuestas, las nubes.<br />

Recayó sólida tras largo tiempo en la tierra 180<br />

su peso, y había exhibido él su arte, unido con sus fuerzas.<br />

En seguida, imprudente, y movido por la pasión del juego,<br />

a coger el Tenárida su círculo se apresuraba, mas a él,<br />

dura, devuelto el golpe de su herida, lo lanzó la tierra<br />

contra el rostro, Jacinto, tuyo. Palideció, e igualmente 185<br />

que el muchacho el mismo dios, y colapsados recogió tus miembros,<br />

y ya te reanima, ya tristes tus heridas seca,<br />

ahora tu aliento, que huye, sostiene aplicándole sus hierbas.<br />

Nada aprovechan su artes; era inmedicable herida.<br />

Como si alguien sus violas o la rígida adormidera en un huerto 190<br />

y los lirios quebrara, de sus rubias lenguas erizados,<br />

que marchitas bajaran súbitamente su cabeza ajada ellas,<br />

y no se sostuvieran y miraran con su cúspide la tierra;<br />

así su rostro muriendo yace y traicionando su vigor<br />

su mismo cuello <strong>para</strong> él un peso es, y sobre su hombro se recuesta. 195<br />

«Te derrumbas, Ebálida, en tu primera juventud defraudado»,<br />

Febo dice, «y veo yo -mis culpas- la herida tuya».<br />

Tú eres mi dolor y el crimen mío; mi diestra en tu muerte<br />

ha de ser inscrita. Yo soy de tu funeral el aurtor.

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