Las metamorfosis (Versión para imprimir)
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<strong>Las</strong> <strong>metamorfosis</strong> (<strong>Versión</strong> <strong>para</strong> <strong>imprimir</strong>) 28<br />
y el migdonio Melas y el tenario Eurotas.<br />
Ardió también el Eufrates babilonio, ardió el Orontes<br />
y el Termodonte raudo y el Ganges y el Fasis y el Histro.<br />
Bulle el Alfeo, las riberas del Esperquío arden, 250<br />
y el que en su caudal el Tajo lleva, fluye, por los fuegos, el oro,<br />
y las que frecuentaban con su canción las meonias riberas,<br />
sus fluviales aves, se caldean en mitad del Caístro.<br />
El Nilo al extremo huye, aterrorizado, del orbe,<br />
y se tapó la cabeza, que todavía está escondida; sus siete embocaduras, 255<br />
polvorientas, están vacías, siete, sin su corriente, valles.<br />
El azar mismo los ismarios Hebro y Estrimón seca,<br />
y los Vespertinos caudales del Rin, el Ródano y el Po,<br />
y al que fue de todas las cosas prometido el poder, al Tíber.<br />
Saltó en pedazos todo el suelo y penetra en los Tártaros por las grietas 260<br />
la luz, y aterra, con su esposa, al infernal rey;<br />
y el mar se contrae, y es un llano de seca arena<br />
lo que poco antes ponto era, y, los que alta cubría la superficie,<br />
sobresalen esos montes y las esparcidas Cícladas ellos acrecen.<br />
Lo profundo buscan los peces y no sobre las superficies, curvos, 265<br />
a elevarse se atreven los delfines hacia sus acostumbradas auras;<br />
los cuerpos de las focas, de espaldas sobre lo extremo del profundo,<br />
exánimes, nadan; el mismo incluso Nereo, fama es,<br />
y Doris y sus nacidas, que se ocultaron bajo tibias cavernas.<br />
Tres veces Neptuno, de las aguas, sus brazos con torvo semblante 270<br />
a extraer se atrevió, tres veces no soportó del aire los fuegos.<br />
La nutricia Tierra, aun así, como estaba circundada de ponto,<br />
entre las aguas del piélago y, contraídas por todos lados, sus fontanas,<br />
que se habían escondido en las vísceras de su opaca madre,<br />
sostuvo hasta el cuello, árida, su devastado rostro 275<br />
y opuso su mano a su frente, y con un gran temblor<br />
todo sacudiendo, un poco se asentó y más abajo<br />
de lo que suele estar quedó, y así con seca voz habló:<br />
«Si te place esto y lo he merecido, ¿a qué, oh, tus rayos cesan,<br />
supremo de los dioses? Pueda la que ha de perecer por las fuerzas del fuego, 280<br />
por el fuego perecer tuyo, y su calamidad por su autor aliviar.<br />
Apenas yo, ciertamente, mis fauces <strong>para</strong> estas mismas palabras libero»<br />
-le oprimía la boca el vapor- «quemados, ay, mira mis cabellos,<br />
y en mis ojos tanta, tanta sobre mi cara brasa.<br />
¿Estos frutos a mí, este premio de mi fertilidad 285