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Las metamorfosis (Versión para imprimir)

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<strong>Las</strong> <strong>metamorfosis</strong> (<strong>Versión</strong> <strong>para</strong> <strong>imprimir</strong>) 193<br />

Cuál mi culpa, aun así, salvo si al haber jugado llamársele 200<br />

culpa puede, salvo si culpa puede, también a haberte amado, llamarse.<br />

Y ojalá contigo morir y por ti mi vida rendir posible<br />

fuera. De lo cual, puesto que por una fatal condición se nos retiene,<br />

siempre estarás conmigo y, memorativa, prendido estarás en mi boca.<br />

Tú de mi lira, tocada por mi mano, tú de las canciones nuestras serás el sonido 205<br />

y, flor nueva, en tu escrito imitarás los gemidos nuestros.<br />

Y el tiempo aquél llegará en que a sí mismo un valerosísimo héroe<br />

se añada a esta flor, y en su misma hoja se lea».<br />

Tales cosas, mientras las menciona la verdadera boca de Apolo,<br />

he aquí que el crúor que derramada por el suelo había señalado las hierbas, 210<br />

deja de ser crúor, y más nítida que de Tiro la ostra,<br />

una flor surge y la forma toma de los lirios, si no<br />

purpurino el color suyo, mas argentino, en ellos.<br />

No bastante es tal <strong>para</strong> Febo -pues él había sido el autor de tal honor-:<br />

él mismo sus gemidos en las hojas inscribe y «ai ai» 215<br />

la flor tiene inscrito, y esa funesta letra trazada fue.<br />

Y no de haberle engendrado se avergüenza Esparta, a Jacinto, y su honor<br />

perdura hasta esta generación, y, <strong>para</strong> celebrarse al uso de los antiguos,<br />

anuales vuelven las Jacintias, con su antepuesta procesión.<br />

<strong>Las</strong> Propétides y los Cerastas<br />

«Mas si acaso preguntaras, fecunda en metales, a Amatunta, 220<br />

si haber engendrado quisiera a las Propétides, con un gesto lo negará,<br />

igualmente que a aquellos cuya frente áspera en otro tiempo por su geminado<br />

cuerno era, de donde además su nombre tomaron, los Cerastas.<br />

Ante las puertas de éstos estaba el altar de Júpiter Huésped.<br />

†De un no luctuoso crimen† el cual altar, si algún recién llegado teñido 225<br />

hubiese visto de sangre, inmolados creería haberse allí<br />

a unos terneros lechales, y de Amatunte sus ovejas bidentes.<br />

Un huésped había sido asesinado. Ofendida por esos sacrificios nefandos,<br />

sus propias ciudades y de Ofiusa los campos se disponía<br />

a dejar desiertos la nutricia Venus. «Pero, ¿qué estos lugares a mí gratos, 230<br />

qué han pecado las ciudades mías? ¿Qué delito», dijo, «en ellas?<br />

Con el exilio su condena mejor su gente impía pague<br />

o con la muerte o si algo medio hay entre la muerte y la huida.<br />

Y ello ¿qué puede ser, sino el castigo de su tornada figura?».<br />

Mientras duda en qué mutarlos a sus cuernos giró 235<br />

su rostro y acordada fue de que tales se les podían a ellos dejar,<br />

y, grandes sus miembros, los transforma en torvos novillos.

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