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Las metamorfosis (Versión para imprimir)

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<strong>Las</strong> <strong>metamorfosis</strong> (<strong>Versión</strong> <strong>para</strong> <strong>imprimir</strong>) 60<br />

a guiar, y de la Cabra Olenia la estrella pluvial,<br />

y Taígete y las Híadas y en mis ojos la Ursa anoté, 595<br />

y de los vientos las casas, y los puertos <strong>para</strong> las popas aptos.<br />

Por azar yendo a Delos, de la quía tierra a las orillas<br />

me acoplo, y me acerco a los litorales con diestros remos,<br />

y doy unos leves saltos y me meto en la húmeda arena:<br />

la noche cuando consumida fue -la Aurora a rojecer a lo primero 600<br />

empezaba-, me levanto, y linfas que traigan recientes<br />

encomiendo, y les muestro la ruta que lleve a esas ondas;<br />

yo, qué el aura a mí prometa, desde un túmulo alto<br />

exploro, y a los compañeros llamo y regreso a la quilla.<br />

«Aquí estamos», dice de los socios el primero, Ofeltes, 605<br />

y, según cree que botín en el desierto campo hallado ha,<br />

de virgínea hermosura a un muchacho conduce por los litorales.<br />

Él, de vino puro y sueño pesado, titubar parece,<br />

y apenas seguirle; miro su ornato, su faz y su paso:<br />

nada allí que creerse pudiera mortal veía. 610<br />

Lo sentí y lo dije a mis socios: «Qué numen en este<br />

cuerpo hay, dudo; pero en el cuerpo este una divinidad hay.<br />

Quien quiera que eres, oh, sénos propicio, y nuestros afanes asiste;<br />

a estos también des tu venia». «Por nosotros deja de suplicar»,<br />

Dictis dice, que él no otro en ascender a lo alto 615<br />

de las entenas más raudo, y estrechando la escota descender;<br />

esto Libis, esto el flavo, de la proa tutela, Melanto,<br />

esto aprueba Alcimedonte y quien descanso y ritmo<br />

con su voz daba a los remos, de los ánimos estímulo, Epopeo,<br />

esto todos los otros: de botín tan ciego el deseo es. 620<br />

«No, aun así, que este pino se viole con su sagrado peso<br />

toleraré», dije; «la parte mía aquí la mayor es del derecho»,<br />

y en la entrada me opongo a ellos. Se enfurece el más audaz de todo<br />

el grupo, Licabas, que expulsado de su toscana ciudad,<br />

exilio como castigo por un siniestro asesinato cumplía. 625<br />

Él a mí, mientras resisto, con su juvenil puño la garganta<br />

me rompió, y golpeado me habría mandado a las superficies si no<br />

me hubiera yo quedado, aunque amente, en una cuerda retenido.<br />

La impía multitud aprueba el hecho; entonces por fin Baco,<br />

pues Baco fuera, cual si por el clamor disipado 630<br />

sea el sopor, y del vino vuelvan a su pecho sus sentidos,<br />

«¿Qué hacéis? ¿Cuál este clamor?», dice. «Por qué medio, decid,

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