Las metamorfosis (Versión para imprimir)
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<strong>Las</strong> <strong>metamorfosis</strong> (<strong>Versión</strong> <strong>para</strong> <strong>imprimir</strong>) 230<br />
él: «¿por qué te asombras de que en nos herida no haya?»,<br />
pues asombrado estaba. «No este casco que ves, rubio de crines<br />
equinas, ni la carga, la cóncava rodela, de mi izquierda,<br />
de auxilio me son: ornato se ha buscado de ellos. 90<br />
Marte también, por mor de él, empuñar tales defensas suele. Príveseme de todo<br />
servicio de esta cobertura, aun así, intacto saldré.<br />
Algo es el no haber sido engendrado de una Nereida, sino quien<br />
a Nereo y a sus hijas y todo modera el mar».<br />
Dijo y el que habría de clavarse del escudo en la curvatura un dardo 95<br />
lanzó al Eácida, el cual, sí el bronce y las siguientes rompió<br />
pieles novenas de bueyes: en el décimo orbe, aun así, detenido quedó.<br />
Lo sacudió el héroe, y de nuevo tremolando sus armas<br />
con su fuerte mano las blandió: de nuevo sin herida el cuerpo<br />
e íntegro quedó, ni la tercera cúspide, a ella abierto 100<br />
y ofreciéndosele fue capaz de rasgar a Cigno.<br />
No de otro modo se inflamó él que en el circo abierto un toro<br />
cuando sus aguijadas -las prendas de bermellón- busca<br />
con su terrible cuerno y defraudadas siente sus heridas.<br />
Si es que se ha desprendido el hierro, considera él, del asta: 105<br />
fijado estaba al leño. «¿Es la mano mía la débil, así pues,<br />
y las fuerzas -dice- que antes tuvo las ha disipado en uno solo?<br />
Pues cierto que vigor tuvo, bien cuando de Lirneso<br />
las murallas el primero derribé, o cuando a Ténedos<br />
y a la Tebas de Eetión colmé de su sangre, 110<br />
o cuando purpurino de su paisana muerte el Caíco<br />
fluyó, y la obra de mi asta los veces sintió Télefo.<br />
Aquí también <strong>para</strong> tantos asesinatos cuyas pilas por este litoral<br />
hice y veo, vigor tuvo mi diestra y tiene»,<br />
dijo y en lo antes realizado como si mal creer pudiera, 115<br />
su asta manda en derechura, de la plebe licia, a Menetes,<br />
y su loriga a la vez, y bajo ella su pecho le rompe.<br />
Del cual, al golpear la tierra grave con su moribundo pecho,<br />
extrae aquella misma arma de su caliente herida<br />
y dice: «Ésta la mano es, ésta, con la que acabamos de vencer, mi asta: 120<br />
usaré contra él las mismas. Sea en él suplico, el resultado mismo».<br />
Así diciendo a Cigno retorna, y el fresno no yerra<br />
y en su hombro sonó, no evitada, izquierdo.<br />
De allí, como de un muro y un sólido arrecife rechazada fue.<br />
Por donde, aun así, golpeado había sido, marcado de sangre a Cigno 125