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Las metamorfosis (Versión para imprimir)

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<strong>Las</strong> <strong>metamorfosis</strong> (<strong>Versión</strong> <strong>para</strong> <strong>imprimir</strong>) 216<br />

las aves se ensaña y por dolerse de otros se hace él causa de dolor». 345<br />

El ganado de Peleo<br />

Mientras el hijo del Lucero narra esos milagros acerca<br />

de su consorte hermano, apresurado en una carrera asfixiada<br />

volando llega de la manada el guardián, el foceo Anétor,<br />

y: «¡Peleo! ¡Peleo! Mensajero a ti llego de una gran<br />

calamidad», dice. Lo que quiera que traiga le ordena revelar Peleo, 350<br />

aturdido también él por el miedo de su temblorosa boca el traquinio.<br />

Él refiere: «A los fatigados novillos hacia los litorales curvados<br />

había arreado, cuando el Sol, altísimo en la mitad del cielo,<br />

tanto hacia atrás mirara como restarle viera,<br />

y una parte de las reses en las arenas rubias había inclinado sus rodillas, 355<br />

y de las anchas aguas, tumbada, las llanuras contemplaba;<br />

parte con pasos tardos por aquí deambulaba y por allá;<br />

nadan otros y con su excelso cuello emergen sobre las superficies.<br />

Unos templos de ese mar cerca están, ni de mármol brillante ni de oro,<br />

sino de vigas densas sombreados y de bosque vetusto. 360<br />

<strong>Las</strong> Nereides y Nereo lo poseen: ellos un marinero del ponto<br />

me reveló que eran sus dioses, mientras sus redes en el litoral seca.<br />

Junta una laguna a él hay, de densos sauces sitiada,<br />

a la que laguna hizo la ola del remansado mar.<br />

Desde allí, estrepitoso con su fragor grave, los lugares próximos aterra 365<br />

una bestia inmensa: un lobo de los juncos laguneros sale,<br />

embadurnado de espumas y asperjado de sangre en sus comisuras<br />

fulmínea, inyectados sus ojos de una roja llama.<br />

El cual, aunque se ensaña a la par por su rabia y su hambre,<br />

más acre es por su rabia, y así pues, no a sus ayunos cuida de poner 370<br />

fin con la matanza de unos bueyes, y a su siniestra hambre, sino toda<br />

la manada hiere y la tumba hostilmente entera.<br />

Parte también de nosotros, de su funesto mordisco herida,<br />

mientras nos defendemos, a la muerte es entregada. De sangre el litoral<br />

y la ola primera rojece, y las mugidas lagunas. 375<br />

Pero la demora dañosa es y el caso dudar no permite.<br />

«Mientras resta alguna cosa, todos unámonos, y nuestras armaduras,<br />

nuestras armaduras empuñemos, y conjuntas nuestras armas llevemos»,<br />

había dicho un lugareño agreste: y no conmovían a Peleo sus daños,<br />

sino que consciente de su pecado colige que la Nereida, de su hijo huérfana, 380<br />

esos daños suyos como ofrendas fúnebres a su extinguido Foco enviaba.<br />

Vestir sus armaduras a sus hombres y tomar sus violentas armas

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