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Las metamorfosis (Versión para imprimir)

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<strong>Las</strong> <strong>metamorfosis</strong> (<strong>Versión</strong> <strong>para</strong> <strong>imprimir</strong>) 24<br />

unas prendas ciertas pides: te doy unas prendas ciertas temiendo,<br />

y con el paterno miedo que tu padre soy pruebo. Mira los rostros<br />

aquí míos, y ojalá tus ojos en mi pecho pudieras<br />

inserir y dentro desprender los paternos cuidados.<br />

Y, por último, cuanto tiene el rico cosmos mira en derredor, 95<br />

y de tantos y tan grandes bienes del cielo y la tierra<br />

y el mar demanda algo: ninguna negativa sufrirás.<br />

Te disuado de esto solo, que por verdadero nombre un castigo,<br />

no un honor es: un castigo, Faetón, en vez de un regalo demandas.<br />

¿Por qué mi cuello sostienes, ignorante, con tus blandos brazos? 100<br />

No lo dudes, se te concederá -las estigias ondas hemos jurado-<br />

aquello que pidas. Pero tú con más sabiduría pide.<br />

Había acabado sus advertencias. Sus palabras, aun así, él rechaza<br />

y su propósito apremia y flagra en el deseo del carro.<br />

Así pues, lo que podía, su genitor, irresoluto, a los altos 105<br />

conduce al joven, de Vulcano regalos, carros.<br />

Áureo el eje era, el timón áureo, áurea la curvatura<br />

de la extrema rueda, de los radios argénteo el orden.<br />

Por los yugos unos crisólitos y, puestas en orden, unas gemas,<br />

claras devolvían sus luces, reverberante, a Febo. 110<br />

Y mientras de ello, henchido, Faetón se admira y su obra<br />

escruta, he aquí que vigilante abrió desde el nítido orto<br />

la Aurora sus purpúreas puertas, y plenos de rosas<br />

sus atrios. Se dispersan las estrellas, cuyas columnas conduce<br />

el Lucero, y de su posta del cielo el postrero sale: 115<br />

al cual cuando buscar las tierras, y que el cosmos enrojecía, vio,<br />

y los cuernos como desvanecerse de la extrema luna,<br />

uncir los caballos el Titán impera a las veloces Horas.<br />

Sus órdenes las diosas rápidas cumplen y, fuego vomitando<br />

y de jugo de ambrosia saciados, de sus pesebres altos 120<br />

a los cuadrípedes sacan, y les añaden sus sonantes frenos.<br />

Entonces el padre la cara de su nacido con una sagrada droga<br />

tocó y la hizo paciente de la arrebatadora llama<br />

e impuso a su pelo los rayos, y, présagos del luto,<br />

de su pecho angustiado reiterando suspiros, dijo: 125<br />

«Si puedes a estas advertencias al menos obedecer de tu padre,<br />

sé parco, chico, con las aguijadas, y más fuerte usa las bridas.<br />

Por sí mismos se apresuran: la labor es inhibirles tal deseo.<br />

Y no a ti te plazca la ruta, derechos, a través de los cinco arcos.

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