Las metamorfosis (Versión para imprimir)
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<strong>Las</strong> <strong>metamorfosis</strong> (<strong>Versión</strong> <strong>para</strong> <strong>imprimir</strong>) 18<br />
y se deja tocar y a sus admiraciones se ofrece.<br />
Por él arrancadas el más anciano le había acercado, Ínaco, hierbas:<br />
ella sus manos lame y da besos de su padre a las palmas 645<br />
y no retiene las lágrimas y, si sólo las palabras le obedecieran,<br />
le rogara auxilio y el nombre suyo y sus casos le dijera.<br />
Su letra, en vez de palabras, que su pie en el polvo trazó,<br />
de indicio amargo de su cuerpo mutado actuó.<br />
«Triste de mí», exclama el padre Ínaco, y en los cuernos 650<br />
de la que gemía, y colgándose en la cerviz de la nívea novilla:<br />
«Triste de mí», reitera; «¿Tú eres, buscada por todas<br />
las tierras, mi hija? Tú no encontrada que hallada<br />
un luto eras más leve. Callas y mutuas a las nuestras<br />
palabras no respondes, sólo suspiros sacas de tu alto 655<br />
pecho y, lo que solo puedes, a mis palabras remuges.<br />
Mas a ti yo, sin saber, tálamos y teas te pre<strong>para</strong>ba<br />
y esperanza tuve de un yerno la primera, la segunda de nietos.<br />
De la grey ahora tú un marido, y de la grey hijo has de tener.<br />
Y concluir no puedo yo con mi muerte tan grandes dolores, 660<br />
sino que mal me hace ser dios, y cerrada la puerta de la muerte<br />
nuestros lutos extiende a una eterna edad».<br />
Mientras de tal se afligía, lo aparta el constelado Argos<br />
y, arrancada a su padre, a lejanos pastos a su hija<br />
arrastra; él mismo, lejos, de un monte la sublime cima 665<br />
ocupa, desde donde sentado otea hacia todas partes.<br />
Tampoco de los altísimos el regidor los males tan grandes de la Forónide<br />
más tiempo soportar puede y a su hijo llama, al que la lúcida Pléyade<br />
de su vientre había parido, y que a la muerte dé, le impera, a Argos.<br />
Pequeña la demora es la de las alas <strong>para</strong> sus pies, y la vara somnífera 670<br />
<strong>para</strong> su potente mano tomar, y el cobertor <strong>para</strong> sus cabellos.<br />
Ello cuando dispuso, de Júpiter el nacido desde el paterno recinto<br />
salta a las tierras. Allí, tanto su cobertor se quitó<br />
como depuso sus alas, de modo que sólo la vara retuvo:<br />
con ella lleva, como un pastor, por desviados campos unas cabritas 675<br />
que mientras venía había reunido, y con unas ensambladas avenas canta.<br />
Por esa voz nueva, y cautivado el guardián de Juno por su arte:<br />
«Mas tú, quien quiera que eres, podrías conmigo sentarte en esta roca»,<br />
Argos dice, «pues tampoco <strong>para</strong> el rebaño más fecunda en ningún<br />
lugar hierba hay, y apta ves <strong>para</strong> los pastores esta sombra». 680<br />
Se sienta el Atlantíada, y al que se marchaba, de muchas cosas hablando