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Las metamorfosis (Versión para imprimir)

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<strong>Las</strong> <strong>metamorfosis</strong> (<strong>Versión</strong> <strong>para</strong> <strong>imprimir</strong>) 98<br />

y: «Por mi sangre he venido suplicante a ti, Júpiter», dice,<br />

«y por la tuya: si ninguna es la estima de una madre, 515<br />

su nacida a un padre mueva, y no sea tu inquietud, suplicamos,<br />

más vil por ella porque de nuestro parto fue dada a luz.<br />

He aquí que buscada largo tiempo al fin yo a mi nacida he encontrado,<br />

si encontrar llamas a perder más ciertamente, o si<br />

a saber dónde está encontrar llamas. Que raptada fue, lo llevaremos, 520<br />

en tanto la devuelva a ella, puesto que no de un saqueador marido<br />

la hija digna tuya es, si ya mi hija no es».<br />

Júpiter tomó la palabra: «Común es prenda y carga<br />

esta hija <strong>para</strong> mí contigo; pero si sólo sus nombres verdaderos<br />

a las cosas de dar gustamos, no este hecho una injuria, 525<br />

pero es amor; y no será <strong>para</strong> nosotros el yerno ese una vergüenza,<br />

si tú sólo, divina, quisieras. Aunque faltara lo demás, cuánto es<br />

ser de Júpiter el hermano. Qué decir de que no lo demás falta<br />

y no cede sino en su suerte a mí. Pero si tan grande tu deseo<br />

de su se<strong>para</strong>ción es, volverá a subir Prosérpina al cielo, 530<br />

con una ley, aun así, cierta: si ningunos alimentos ha tocado allí<br />

con su boca, pues así de las Parcas en el pacto precavido se ha».<br />

Había dicho, mas <strong>para</strong> Ceres lo cierto es sacar a su nacida.<br />

No así los hados lo permiten, porque de sus ayunos la virgen<br />

se había liberado y mientras ingenua vaga entre los cultivados huertos, 535<br />

carmesí una fruta arrancó de un árbol curvado de ellos,<br />

y cogiendo siete granos de su pálida corteza<br />

los apretó en su boca; y solo de todos aquello<br />

Ascálafo vio, a quien un día se dice que Orfne,<br />

entre las Avernales ninfas no la más desconocida, 540<br />

del Aqueronte suyo parió en sus espesuras negras;<br />

lo vio y, con su delación, del regreso, cruel, la privó.<br />

Gimió hondo la reina del Erebo, y al testigo una profana<br />

ave hizo, y asperjada su cabeza con linfa del Flegetonte<br />

en pico y plumas y grandes ojos la convirtió. 545<br />

Él, de sí privado, de fulvas alas se viste<br />

y en cabeza crece y se encorva a largas uñas,<br />

y apenas mueve esas plumas nacidas por sus inertes brazos<br />

y un feo pájaro se vuelve, nuncio del venidero luto,<br />

el indolente búho, siniestro presagio <strong>para</strong> los mortales. 550<br />

«Éste, aun así, por su delación un castigo, y por su lengua, parecer<br />

que mereció puede: a vosotras, Aqueloides, ¿de dónde que

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