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Las metamorfosis (Versión para imprimir)

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<strong>Las</strong> <strong>metamorfosis</strong> (<strong>Versión</strong> <strong>para</strong> <strong>imprimir</strong>) 304<br />

El cual, después que, mayor, su reino y su edad hubo consumado, 485<br />

extinguido, del Lacio las nueras, y el pueblo, y los padres<br />

lloraron a Numa, pues su esposa, la ciudad abandonando,<br />

se oculta escondida en las densas espesuras del valle Aricino,<br />

y los sacrificios de la Orestea Diana con su gemido y lamento<br />

estorba. Ay cuántas veces las ninfas del bosque y del lago 490<br />

que no lo hiciera le advirtieron y consoladoras palabras le dijeron.<br />

Cuántas veces a la que lloraba el Teseio héroe:<br />

«Pon una medida», dijo, «pues tampoco la fortuna de lamentar<br />

sola la tuya es. De otros re<strong>para</strong> en los semejantes casos:<br />

más benignamente lo llevarás, y ojalá los ejemplos a ti, doliente, 495<br />

no los míos te pudieran aliviar, pero también los míos pueden.<br />

Hablando, algún Hipólito a vuestros oídos si ha alcanzado,<br />

que por la credulidad de su padre, por el fraude de su criminal madrastra<br />

sucumbió a la muerte, te asombrarás y apenas te lo probaré,<br />

pero aun así, ése soy yo. A mí la Pasifeia un día, tentándome 500<br />

en vano a ultrajar de mi padre la alcoba,<br />

aquello que quiso fingió haberlo querido y su delito tornando<br />

-¿de la delación por miedo más, u ofendida por el rechazo?-,<br />

me condenó, y al que merecía nada su padre echó de la ciudad<br />

y con una hostil plegaria la cabeza impreca del que marchaba. 505<br />

A la Pitea Trecén con prófugo carro me dirigía,<br />

y ya del Corintíaco ponto cogía por los litorales,<br />

cuando el mar se irguió y un cúmulo ingente de aguas,<br />

de un monte en la apariencia, cuvarse y crecer parecía<br />

y que daba mugidos y por su suprema cima se hendía. 510<br />

Cornado, de ahí un toro es expelido, de las rotas ondas,<br />

y hasta su pecho erigido hacia las auras suaves,<br />

de sus narinas y anchurosa boca vomita una parte del mar.<br />

Los corazones se llenan de pavor de mis acompañantes, mi mente impertérrita permanece,<br />

con los exilios suyos contenta, cuando sus cuellos, feroces, 515<br />

a los estrechos viran y erguidas sus orejas se espantan<br />

mis cuadrípedes y del monstruo por el miedo se turban y precipitan<br />

el carro de las altas peñas. Yo por conducir los vanos<br />

frenos con mi mano, y de espumas blanquecientes embadurnados, lucho,<br />

y hacia atrás tenso, boca arriba, las flexibles riendas, 520<br />

y aun así a estas fuerzas la rabia no hubiese superado de los caballos,<br />

si una rueda, por donde ella circungira perpetuo al eje,<br />

de un tronco por el tropiezo, roto y deshecho no se hubiese.

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