Las metamorfosis (Versión para imprimir)
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<strong>Las</strong> <strong>metamorfosis</strong> (<strong>Versión</strong> <strong>para</strong> <strong>imprimir</strong>) 210<br />
acercó los dedos, los batientes irradiar parecen. 115<br />
Él, además, cuando sus palmas había lavado en las líquidas ondas,<br />
la onda fluente en sus palmas a Dánae burlar podría.<br />
Apenas las esperanzas suyas él en su ánimo abarca, de oro al fingirlo<br />
todo. Al que de tal se gozaba las mesas le pusieron sus sirvientes<br />
guarnecidas de festines y no de tostado grano faltas. 120<br />
Entonces en verdad, ya si él con la diestra las ofrendas<br />
de Ceres había tocado, de Ceres los dones rígidos quedaban,<br />
ya si los festines con ávido diente a desgarrar se aprestaba,<br />
una lámina rubia a esos festines, acercádoles el diente, ceñía.<br />
Había mezclado con puras ondas al autor de ese obsequio: 125<br />
fúsil por sus comisuras el oro fluir vieras.<br />
Atónito por la novedad de ese mal, y rico y mísero,<br />
escapar desea de esas riquezas, y lo que ahora poco había pedido, odia.<br />
Abundancia ninguna su hambre alivia. De sed árida su garganta<br />
arde y como ha merecido le tortura el oro malquerido, 130<br />
y al cielo sus manos y sus espléndidos brazos levantando:<br />
«Dame tu venia, padre Leneo: hemos pecado», dice,<br />
«pero conmisérate, te lo suplico, y arrebátame este especioso daño.<br />
Tierno el numen de los dioses. Baco al que haber pecado confesaba<br />
restituyó y libera a los obsequios por él dados del cumplimiento de lo pactado, 135<br />
y: «Para que no permanezcas embadurnado de tu mal deseado oro,<br />
ve», dice, «al vecino caudal de la gran Sardes,<br />
y por su cima subiendo, contrario al bajar de sus olas,<br />
coge el camino, hasta que llegues del río a sus nacimientos<br />
y en su espumador manantial, por donde más abundante sale, 140<br />
hunde tu cabeza, y tu cuerpo a la vez, a la vez tu culpa lava».<br />
El rey sube al agua ordenada: su fuerza áurea tiñó la corriente<br />
y de su humano cuerpo pasó al caudal.<br />
Ahora también, ya percibida la simiente de su vieja vena,<br />
sus campos rigurosos son de tal oro, de él palidecientes sus húmedos terrones. 145<br />
Midas (II): Febo y Pan<br />
Él, aborreciendo las riquezas, los bosques y los campos honraba,<br />
y a Pan, que habita siempre en las cuevas montanas,<br />
pero zafio permaneció su ingenio, y de dañarle como antes<br />
de nuevo habían a su dueño los interiores de su estúpida mente.<br />
Pues los mares oteando ampliamente se yergue, arduo en su alto 150<br />
ascenso, el Tmolo, y por sus pendientes ambas extendiéndose,<br />
en Sardes por aquí, por allí en la pequeña Hipepa termina.