Las metamorfosis (Versión para imprimir)
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<strong>Las</strong> <strong>metamorfosis</strong> (<strong>Versión</strong> <strong>para</strong> <strong>imprimir</strong>) 72<br />
Entonces, así empezando a hablar: «Muchacho, oh, dignísimo de que se crea 320<br />
que eres un dios, o si tú dios eres, puedes ser Cupido,<br />
o si eres mortal, quienes te engendraron dichosos,<br />
y tu hermano feliz, y afortunada seguro<br />
si alguna tú hermana tienes, y la que te dio sus pechos, tu nodriza;<br />
pero mucho más que todos, y mucho más dichosa aquélla, 325<br />
si alguna tú prometida tienes, si a alguna dignarás con tu antorcha,<br />
ésta tú, si es que alguna tienes, sea furtivo mi placer,<br />
o si ninguna tienes, yo lo sea, y en el tálamo mismo entremos».<br />
La náyade después de esto calló; del muchacho un rubor la cara señaló<br />
-pues no sabe qué el amor-, pero también enrojecer <strong>para</strong> su decor era. 330<br />
Ese color el de los suspendidos frutos de un soleado árbol,<br />
o el del marfil teñido es, o, en su candor, cuando en vano<br />
resuenan los bronces auxiliares, el de la rojeciente luna.<br />
A la ninfa, que reclamaba sin fin de hermana, al menos,<br />
besos, y ya las manos a su cuello de marfil le echaba: 335<br />
«¿Cesas, o huyo, y contigo», dice él, «esto dejo?».<br />
Sálmacis se atemorizó y: «Los lugares estos a ti libres te entrego,<br />
huésped», dice, y simula marcharse su paso tornando;<br />
entonces también, mirando atrás, y recóndita ella de arbustos en una espesura,<br />
se ocultó y en doblando la rodilla se abajó. Mas él, 340<br />
claro está, como inobservado y en las vacías hierbas,<br />
aquí va y allá y acullá, y en las retozonas ondas<br />
las solas plantas de sus pies y hasta el tobillo baña;<br />
sin demora, por la templanza de las blandas aguas cautivado,<br />
sus suaves vestimentas de su tierno cuerpo desprende. 345<br />
Entonces en verdad complació él, y de su desnuda figura por el deseo<br />
Sálmacis se abrasó; flagran también los ojos de la ninfa<br />
no de otro modo que cuando nitidísimo en el puro orbe<br />
en la opuesta imagen de un espejo se refleja Febo;<br />
y apenas la demora soporta, apenas ya sus goces difiere, 350<br />
ya desea abrazarle, ya a sí misma mal se contiene, amente.<br />
Él, veloz, con huecas palmas palmeándose su cuerpo<br />
abajo salta, y a las linfas alternos brazos llevando<br />
en las líquidas aguas se trasluce, como si alguien unas marfileñas<br />
estatuas cubra, o cándidos lirios, con un claro vidrio. 355<br />
«Hemos vencido y mío es» exclama la náyade, y toda<br />
ropa lejos lanzando, en mitad se mete de las ondas<br />
y al que lucha retiene y disputados besos le arranca