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Las metamorfosis (Versión para imprimir)

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<strong>Las</strong> <strong>metamorfosis</strong> (<strong>Versión</strong> <strong>para</strong> <strong>imprimir</strong>) 233<br />

todo lo habrás garantizado». Con más grave tono las últimas dijo<br />

palabras, y podía la de un hombre la voz aquella parecer,<br />

como así era. Pues ya a su voto el dios del mar alto 205<br />

había asentido y le había dado, además, que ni dañado por ningunas<br />

heridas fuera, o a hierro sucumbir pudiera.<br />

De su presente contento parte, y en afanes viriles su edad<br />

pasó el Atrácida y del Peneo los campos recorre.<br />

La batalla de Lápitas y Centauros<br />

Había desposado a Hipódame el hijo del audaz Ixíon, 210<br />

y a los feroces hijos de la nube, puestas por orden las mesas,<br />

había ordenado recostarse, de árboles cubierta, en una gruta.<br />

Los próceres hemonios asistían, asistíamos también nos,<br />

y festivo con su confuso gentío resonaba el real.<br />

He aquí que cantan a Himeneo y de fuego los atrios humean, 215<br />

y ceñida llega la doncella de las madres y las nueras por la caterva,<br />

muy insigne de hermosura. Feliz llamamos de esa<br />

esposa a Pirítoo, el cual presagio casi malogramos.<br />

Pues a ti, de los salvajes el más salvaje, de los centauros,<br />

Éurito, cuanto por el vino tu pecho, tanto por la doncella vista 220<br />

arde, y la ebriedad, geminada por la libido, en ti reina.<br />

En seguida, volcándose, turban los convites las mesas,<br />

y es raptada, de su pelo tomado por la fuerza la nueva casada.<br />

Éurito a Hipódame, otros, la que cada uno aprobaban<br />

o podían, rapta, y, la de una tomada, era de la ciudad la imagen. 225<br />

De gritos femeninos suena la casa: más rápido todos<br />

nos levantamos y el primero: «¿Qué vesania», Teseo,<br />

«Éurito, a ti te impulsa», dice, «a que tú en vida mía provoques<br />

a Pirítoo y violes a dos, ignorante, en uno?».<br />

Y no tal el magnánimo en vano había remembrado con su boca: 230<br />

aparta a los que le acosan y la raptada de aquellos delirantes arrebata.<br />

Él nada en contra -pues tampoco defender con palabras<br />

tales acciones puede-, sino que del defensor la cara con protervas<br />

manos persigue y su generoso pecho golpea.<br />

Era el caso que había junto, de sus figuras prominentes áspera, 235<br />

una antigua cratera, que, vasta ella, más vasto él mismo,<br />

la sostiene el Egida y la lanza contra su cara a él opuesta.<br />

Borbotones de sangre él, a la vez que cerebro y vino,<br />

por la herida y la boca vomitando, de espaldas en la húmeda arena<br />

convulsiona. Arden los hermanos bimembres 240

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