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Las metamorfosis (Versión para imprimir)

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<strong>Las</strong> <strong>metamorfosis</strong> (<strong>Versión</strong> <strong>para</strong> <strong>imprimir</strong>) 202<br />

ni la hermosura, ni lo que a Venus ha movido, a los leones,<br />

y a los cerdosos jabalíes y a los ojos y ánimos de las fieras.<br />

Un rayo tienen en sus corvos dientes esos agrios cerdos,<br />

su ímpetu tienen, rubios, y su vasta ira los leones 550<br />

y odiosa me es esa raza». Cuál el motivo, a quien lo preguntaba:<br />

«Te lo diré», dice, «y de la monstruosidad te maravillarás de una antigua culpa.<br />

Pero este esfuerzo desacostumbrado ya me ha cansado, y he aquí que<br />

con su sombra nos seduce oportuno este álamo<br />

y nos presta un lecho el césped: me apetece en ella descansar contigo 555<br />

-y descansa- en este suelo» y se echa en el césped, y en él<br />

y en el seno del joven dejado su cuello, reclinado él,<br />

así dice, y en medio intercala besos de sus palabras:<br />

Hipómenes y Atalanta<br />

«Quizás hayas oído de una mujer que en el certamen de la carrera<br />

superó a los veloces hombres. No una habladuría el rumor 560<br />

aquel fue, pues los superaba, y decir no podrías<br />

si por la gloria de sus pies, o de su hermosura por el bien, más destacada fuera.<br />

Al interrogarle ella sobre su esposo, el dios: «De esposo», dijo,<br />

«no has menester, Atalanta, tú. Huye del uso de un esposo.<br />

Y aun así no le huirás y de ti misma, viva tú, carecerás». 565<br />

Aterrada por la ventura del dios, por los opacos bosques innúbil<br />

vive y a la acuciante turba de sus pretendientes, violenta,<br />

con una condición ahuyenta y: «Poseída no he de ser, salvo», dice,<br />

«vencida primero en la carrera. Con los pies contended conmigo.<br />

De premios al veloz esposa y tálamos se le darán; 570<br />

la muerte el precio <strong>para</strong> los tardos. Tal la ley del certamen sea».<br />

Ella ciertamente dura, pero -tan grande el poder de la hermosura es-<br />

acude a tal ley, temeraria, una multitud de pretendientes.<br />

Se había sentado Hipómenes de la carrera inicua como espectador,<br />

y: «¿Puede alguien buscar por medio de tantos peligros esposa?», 575<br />

había dicho, y excesivos había condenado de esos jóvenes sus amores,<br />

cuando su faz, y dejado su velo, su cuerpo vio,<br />

cual el mío, o cual el tuyo, si mujer te hicieras:<br />

quedó suspendido y levantando las manos: «Perdonadme»,<br />

dijo, «los que ora he recriminado. Todavía los premios conocidos, 580<br />

que buscabais, no me eran». En elogiándola concibe fuegos,<br />

y que ninguno de los jóvenes corra más veloz desea<br />

y con envidia teme: «¿Pero por qué del certamen este<br />

no tentada la fortuna he de dejar?», dice.

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