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Las metamorfosis (Versión para imprimir)

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<strong>Las</strong> <strong>metamorfosis</strong> (<strong>Versión</strong> <strong>para</strong> <strong>imprimir</strong>) 229<br />

y ni aun así hay gritos, sino de poca voz murmullos<br />

cuales los de las olas, si alguien de lejos las oye, del piélago 50<br />

ser suelen, o cual el sonido que, cuando Júpiter<br />

increpa a las negras nubes, los extremos truenos devuelven.<br />

Sus atrios un gentío los posee. Vienen, leve vulgo, y van,<br />

y mezclados con los verdaderos los inventados deambulan,<br />

miles de tales rumores, y confusas palabras revuelan. 55<br />

De los cuales, éstos llenan de relatos los vacíos oídos,<br />

éstos lo narrado llevan a otro, y la medida de lo inventado<br />

crece y a lo oído algo añade su nuevo autor.<br />

Allí la Credulidad, allí el temerario Error<br />

y la vana alegría está, y los consternados Temores, 60<br />

y la Sedición repentina, y de dudoso autor los Susurros.<br />

Ella misma qué cosas en el cielo y en el mar se pasen<br />

y en la tierra ve e inquiere a todo el orbe.<br />

Aquiles y Cigno<br />

Había hecho ella conocido que con soldado fuerte<br />

se allegaban desde Grecia unas embarcaciones y no inesperado 65<br />

llega el enemigo en armas. Prohíben el acercamiento y su litoral vigilan<br />

los troyanos, y de Héctor por la lanza el primero, fatalmente,<br />

Protesilao, caes, y los emprendidos combates mucho<br />

cuestan a los dánaos, y fuerte por su muerte de almas se conoce a Héctor.<br />

Tampoco los frigios con exigua sangre sintieron de qué 70<br />

la diestra aquea era capaz, y ya rojecían del Sigeo<br />

los litorales, ya a la muerte el descendiente de Neptuno, Cigno,<br />

a mil hombres había entregado, ya en su carro acosaba Aquiles<br />

y enteras, con el golpe de su cúspide del Pelio, tendía<br />

tropas y por las filas o a Cigno o a Héctor buscando 75<br />

aborda a Cigno -<strong>para</strong> el décimo año diferido<br />

Héctor estaba-: entonces, sus cuellos resplandecientes hundidos por el yugo,<br />

exhortando a sus caballos, su carro dirigió contra el enemigo,<br />

y agitando con sus brazos las vibrantes armas:<br />

«Quien quiera que eres, oh joven», dijo, «por consuelo ten 80<br />

de tu muerte que del hemonio Aquiles has sido degollado».<br />

Hasta aquí el Eácida, a su voz la grave asta siguió,<br />

pero aunque ningún yerro hubo en la certera asta,<br />

de nada, aun así, sirvió la punta del lanzado hierro,<br />

y cuando el pecho únicamente golpeó con su embotado golpe: 85<br />

«Nacido de diosa, pues a ti gracias a la fama desde antes te conocía», dice

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