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Las metamorfosis (Versión para imprimir)

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<strong>Las</strong> <strong>metamorfosis</strong> (<strong>Versión</strong> <strong>para</strong> <strong>imprimir</strong>) 308<br />

que minore vuestros lutos, menester es, sino del nacido de Apolo.<br />

Id con buenas aves y a la descendencia acudid nuestra». 640<br />

Los mandatos del dios después que prudente oyó el senado,<br />

qué ciudad honra, exploran, el joven Febeio,<br />

y quienes busquen con los vientos de Epidauro los litorales envían.<br />

Los cuales, una vez que con la encurvada quilla los tocaron los enviados,<br />

al consejo y a los griegos padres acudieron, y que les dieran, 645<br />

les rogaron, al dios, el cual presente los funerales acabe<br />

de la gente ausonia: certeras, que así lo decían las venturas.<br />

Disiente y varía su parecer, y parte de negar<br />

no considera el auxilio, muchos que retengan y<br />

que no envíen la ayuda suya ni sus númenes cedan aconsejan. 650<br />

Mientras dudan, atardecida, expulsan los crepúsculos a la luz<br />

y la sombra de la tierra había introducido las tinieblas al orbe,<br />

cuando el dios en sueños, el Auxiliador, pareciendo que se detenía<br />

ante el lecho tuyo, Romano, pero cual en su templo<br />

estar suele, y el cayado agreste sosteniendo con su izquierda, 655<br />

que la melena con la derecha se abajaba de su larga barba,<br />

y con plácido pecho que expresaba tales voces:<br />

«Deja los miedos. Iré, y las imágenes nuestras dejaré.<br />

Sólo en esta sierpe que mi cayado con sus anillos envuelve<br />

fíjate, y grábala en tu mirada hasta que reconocerla puedas. 660<br />

Me tornaré en ella, pero mayor seré y tan grande pareceré,<br />

en cuanto tornarse los celestes cuerpos deben».<br />

Al instante con su voz el dios, con la voz y el dios el sueño se va,<br />

y del sueño a la huida la luz nutricia siguió.<br />

La posterior aurora había puesto en fuga a los constelados fuegos. 665<br />

Inseguros de qué hacer los próceres hacia los templos<br />

labrados acuden del buscado dios y en qué sede él mismo<br />

morar quiera, que con señales celestes indique le ruegan.<br />

Apenas si habían cesado cuando áureo de sus crestas altas<br />

en la serpiente el dios unos prenunciadores silbos lanzó, 670<br />

y con la llegada suya su estatua y aras y puertas<br />

y marmóreo el suelo y los techos áureos movió<br />

y hasta su pecho sublime en la mitad del templo se apostó<br />

y sus ojos llevó alrededor de fuego rielantes.<br />

Aterrada la multitud se espanta: reconoció sus númenes, 675<br />

ceñido en sus castos cabellos por la venda blanqueciente, el sacerdote y:<br />

«El dios, he aquí, el dios es. Con vuestros ánimos y lenguas favorecedle,

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