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Las metamorfosis (Versión para imprimir)

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<strong>Las</strong> <strong>metamorfosis</strong> (<strong>Versión</strong> <strong>para</strong> <strong>imprimir</strong>) 256<br />

idos lejos, si cosa justa pido, y de mi contacto de virgen<br />

apartad vuestras manos. Más acepta <strong>para</strong> aquél,<br />

quien quiera que él es, a quien con el asesinato mío a aplacar os disponéis,<br />

libre será mi sangre. Si a alguno de vosotros, aun así, las últimas palabras<br />

conmueven de mi boca -de Príamo a vosotros la hija, del rey, 470<br />

no una cautiva os ruega- a mi madre mi cuerpo no vendido<br />

devolved, y no con oro redima el derecho triste de mi sepulcro,<br />

sino con lágrimas. Entonces, cuando podía, los redimía también con oro».<br />

Había dicho, mas el pueblo las lágrimas que ella contenía<br />

no contiene. También llorando e involuntario el mismo sacerdote, 475<br />

su ofrecido busto rompió, a él lanzado el hierro.<br />

Ella sobre la tierra, al desfallecer su corva cayendo,<br />

mantuvo no temeroso hasta sus hados postreros el rostro.<br />

Entonces también su cuidado fue el de velar sus partes de cubrir dignas,<br />

al caer, y la honra salvar de su casto pudor. 480<br />

<strong>Las</strong> troyanas la reciben y los llorados Priámidas recuentan<br />

y cuántas sangres diera una casa sola,<br />

y por ti gimen, virgen, y por ti, oh ahora poco regia esposa,<br />

regia madre llamada, de la Asia floreciente la imagen,<br />

ahora incluso de un botín mal lote, a la que el vencedor Ulises 485<br />

que fuera suya no quería, sino porque, con todo, a Héctor de tu parto<br />

diste a luz: un dueño <strong>para</strong> su madre apenas halla Héctor.<br />

La cual, ese cuerpo abrazando inane de alma tan fuerte,<br />

las que tantas veces a su patria había dado, e hijos y marido,<br />

a ella también da esas lágrimas. Lágrimas en sus heridas vierte, 490<br />

de besos su boca y rostro cubre y su acostumbrado pecho en duelo golpea,<br />

y la canicie suya, coagulada de sangre barriendo,<br />

más cosas ciertamente, pero también éstas, desgarrado el pecho, dice:<br />

«Hija mía, de tu madre, pues qué resta, el dolor último,<br />

hija, yaces, y veo, mis heridas, tu herida: 495<br />

y, <strong>para</strong> que no perdiera a ninguno de los míos sin asesinato,<br />

tú también herida tienes. Mas a ti, porque mujer, te pensaba<br />

del hierro a salvo: caíste también mujer a hierro,<br />

y a tantos tus hermanos el mismo, a ti te perdió él mismo,<br />

destrucción de Troya y de mi orfandad el autor, Aquiles. 500<br />

Mas después que cayó él de Paris y de Febo por las saetas,<br />

ahora ciertamente, dije, miedo no se ha de tener de Aquiles: ahora también<br />

miedo yo le había de tener. La ceniza misma de él sepultado<br />

contra la familia esta se ensaña y en su túmulo también sentimos a este enemigo.

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