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Las metamorfosis (Versión para imprimir)

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<strong>Las</strong> <strong>metamorfosis</strong> (<strong>Versión</strong> <strong>para</strong> <strong>imprimir</strong>) 217<br />

el rey del Eta ordena, con las cuales al mismo tiempo él se disponía<br />

a marchar, pero Alcíone, su esposa, despierta por el tumulto<br />

a él se arroja y todavía no acicalada de todo su cabello 385<br />

los divide a esos hombres y en el cuello derramándose de su marido,<br />

que mande el auxilio sin él mismo, con palabras le suplica<br />

y lágrimas, y dos vidas que salve en una sola.<br />

El Eácida a ella: «Tus bellos, reina, y piadosos<br />

miedos deja. Plena es la gracia de tu propuesta. 390<br />

No me place a mí las armas contra esos nuevos prodigios mover.<br />

Una divinidad del piélago ha de ser implorada». Había, ardua, una torre.<br />

En lo supremo de la fortaleza una hoguera, señal grata <strong>para</strong> las fatigadas quillas.<br />

Ascienden allí, y a los toros en el litoral tumbados<br />

con gemidos contemplan, y devastados, ensangrentada 395<br />

su boca a ese fiera, inficionados de sangre sus largos vellos.<br />

Desde ahí, sus manos tendiendo a los litorales del abierto ponto<br />

Peleo a la azul Psámate que ponga fin a su ira<br />

ruega, y preste su ayuda. Y no a las palabras ella, del que rogaba,<br />

del Eácida, se doblega. Tetis, por su esposo suplicante, 400<br />

recibe esa venia. Pero, aun revocado de su acre<br />

matanza, el lobo persevera, por la dulzura de la sangre áspero,<br />

hasta que prendido de una lacerada novilla en la cerviz,<br />

en mármol lo mutó. El cuerpo y, salvo su color,<br />

todo lo conservó; de la piedra el color delata que aquél 405<br />

ya no es lobo, que ya no debe temerse.<br />

Y aun así en esa tierra al prófugo Peleo establecerse<br />

los hados no consienten. A los magnesios llega, vagabundo exiliado, y allí<br />

toma del hemonio Acasto las purificaciones de sus asesinato.<br />

Ceix y Alcíone<br />

Mientras tanto, por los prodigios de su hermano 410<br />

y los que siguieron a su hermano turbado en su pecho Ceix,<br />

<strong>para</strong> consultar unas sagradas -de los hombres deleite- venturas,<br />

al dios de Claros se dispone a ir. Pues sus templos délficos<br />

el sacrílego Forbas, con los flegios, inaccesibles hacía.<br />

De su proyecto aun así antes, fidelísima, a ti 415<br />

te cerciora, Alcíone. De la cual, al instante, sus íntimos huesos<br />

un frío acogieron, y, al boj muy semejante, a su cara<br />

una palidez acudió, y de lágrimas sus mejillas se humedecieron profusas.<br />

Tres veces al intentar hablar, tres veces de llanto su cara regó<br />

y entrecortando su sollozo sus piadosos lamentos: 420

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