Las metamorfosis (Versión para imprimir)
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<strong>Las</strong> <strong>metamorfosis</strong> (<strong>Versión</strong> <strong>para</strong> <strong>imprimir</strong>) 31<br />
«cesa, te lo suplico: se lacera en el árbol nuestro cuerpo.<br />
Y ya adiós...». La corteza a sus palabras postreras llega.<br />
Después fluyen lágrimas, y, destilados, con el sol se endurecen,<br />
de sus ramas nuevas, electros, los cuales el lúcido caudal 365<br />
recibe, y a las nueras los manda, <strong>para</strong> que los lleven, latinas.<br />
Cigno<br />
Asistió a este prodigio, prole de Esténelo, Cigno,<br />
el cual a ti, aunque por la sangre materna unido,<br />
en la mente aun así, Faetón, más cercano estaba. Él, tras abandonar<br />
-pues de los lígures los pueblos y sus grandes ciudades regía- 370<br />
su gobierno, las riberas verdes y el caudal Erídano<br />
de sus quejas había llenado, y la espesura, por sus hermanas acrecida;<br />
cuando su voz se adelgazó <strong>para</strong> la de un hombre, y canas plumas<br />
sus cabellos disimulan, y el cuello del pecho lejos<br />
se extiende, y sus dedos rojecientes liga una unión, 375<br />
un ala su costado vela, tiene su cara, sin punta, un pico.<br />
Se vuelve nueva Cigno una ave, y no él al cielo y a Júpiter<br />
se confía, como acordado del fuego injustamente enviado desde él;<br />
a los pantanos acude y a los anchurosos lagos, y el fuego odiando,<br />
las que honrara eligió, contrarias a las llamas, las corrientes. 380<br />
Demacrado entre tanto el genitor de Faetón, y privado<br />
él de su propio decor, con tal orbe cual cuando falta<br />
estar suele, la luz odia y a sí mismo él, y al día,<br />
y da su ánimo a los lutos, y a los lutos añade ira,<br />
y su servicio niega al cosmos. «Bastante», dice, «desde los principios 385<br />
del tiempo la suerte mía ha sido irrequieta, y me pesa<br />
de estos, cumplidos sin fin por mí, sin honor, trabajos.<br />
Cualquier otro lleve, portadores de las luces, los carros.<br />
Si nadie hay y todos los dioses que no pueden confiesan,<br />
que él mismo los lleve, <strong>para</strong> que al menos mientras prueba nuestras riendas, 390<br />
los que han de orfanar a los padres, alguna vez los rayos suelte.<br />
Entonces sabrá, las fuerzas experimentando de los caballos de pies de fuego,<br />
que no merecía la muerte quien no bien los gobernara a ellos».<br />
Al que tal decía circundan, al Sol, todos<br />
los númenes, y que no quiera las tinieblas congregar sobre las cosas 395<br />
con suplicante voz ruegan; sus enviados fuegos también Júpiter<br />
excusa, y a sus súplicas amenazas, regiamente, añade.<br />
Reúne amentes y todavía de terror espantados<br />
Febo los caballos, y con la aguijada, doliente, y el látigo se encona